martes, 2 de septiembre de 2008

Graná

Tras un temprano amanecer, en el que recorrimos brevemente los restos de unos baños árabes y la silenciosa sencillez de la Sinagoga judía, Jose y yo cogimos nuestras cosas y nos dispusimos a abandonar Córdoba en dirección a Granada. Miramos el mapa, y recordamos que nos quedaba algo por ver. Una antigua ciudad que distaba pocos kilómetros de la ciudad cordobesa, que se elevaba al pie de una pequeña cumbre, y que fue bautizada con el nombre de Medina Azahara. Hoy es una ciudad en ruinas, pero aún reposa en sus desgastadas piedras cierto aire de distinción. Un gigante la contemplaría como una maqueta envejecida, esperando a que un enorme soplo borre el polvo que rasga su pedregosa piel. Aún hay restos de caminos, arcos, palacios y jardines. Aún el Sol la castiga con el fuego del mediodía. Aún es parte de un mundo que la borró de su muestrario.

Fue un viaje lento, por carreteras andaluzas en las que las estepas, los campos de olivos y los pueblos iban quedando atrás. Llegamos a Granada pasado el mediodía. Graná, que la llaman los lugareños. Aparcamos el coche en una calle adyacente al callejón donde descansaba nuestro hotel, una pequeña joya de otros tiempos que, tras una evidente restauración, parece más un palacio en medio de la ciudad. Una vez allí, nos atendió una joven cuya dulzura cuesta más de olvidar que su nombre. "Callejead por el Albaicín, pues Graná es p'a andarla" -nos dijo-. Comimos en una calle llena de restaurantes, y reposamos en la habitación antes de desafiar al último Sol.

La ruta por Granada comenzó en una gran avenida, buscando la Catedral y la Capilla Real. No fue difícil hallarlas. Las verán juntas, pero pagarán por separado. Las fotos están prohibidas en la Capilla Real. La sala principal está engalanada por un altar dorado, que actúa como fondo de dos tumbas labradas con la imagen de los Reyes Católicos. Alrededor de las mismas, vimos unas pequeñas escaleras, por las que casi nadie bajaba. Tal vez pasan desapercibidas en medio de tanto resplandor. Hay algo macabro en tan principesco santuario. Uno lo advierte al notar que tan inocente y pequeño descenso oculta un cristal, y que, tras él, descansan seis pequeños atauds, con los restos de la saga monárquica más glorificada de la historia de España. Creánme si les digo que no pude apartar los ojos durante varios segundos. Cuántos años separan mi mirada del último suspiro de lo que ahora son cenizas. Cuántos años..

Llegamos a la Catedral, con los recuerdos aún frescos. Aparecimos en una sala llena de cuadros, muebles y espejos, en los que buscábamos nuestro reflejo con interés y curiosidad. Avanzamos y llegamos a la gran capilla. Altares dorados y vigorosas y blancas columnas guardan a la catedral granadina. No diré más, pues mucho hemos hablado ya de Catedrales, ¿No creen?

Y finalizo aquí. O no. Antes, un pequeño viaje. Antes, callejearemos por el Albaicín, legendario barrio nazarí, donde el Islam buscó resistir. Y resistió tanto, que está por todas partes. Sigue en una calle estrecha, que mira hacia arriba en medio de un bazar. Y digo bazar porque pienso en aquellas pequeñas tiendas, en las alfombras, en el estallido de colores, y en los tejidos que inundaban sus paredes. Y sigue en el perfume del té, que sale de las teterías del Albaicín. Y sigue porque camino y vuelvo al desierto, y a los turbantes, y a un extraño humo que aún huele a destrucción. Y sigue porque avanzamos por calles blancas y estrechas, que siempre miran hacia arriba. ¿Y por qué hacia arriba? ¿Y dónde me lleva? Graná es p'a andarla..

Emergió sin darme cuenta. Emergió en el horizonte del Mirador de San Nicolás, ante mis ojos y elevada sobre una colina. O tal vez sobre una nube. O sobre las estrellas, que más dará. La miré con cuidado, para no estropearla. La miré con la brisa de compañera. La miré allí, detenido. La miré descendiendo las calles del Albaicín. Llegué a sus pies, al que llaman Paseo de los Tristes. Será por mi congoja y la de todos los conquistadores fracasados. No saben de qué les hablo, tal vez. Les hablo de unos muros que se vuelven rojos al anochecer. Les hablo de quien roba rayos de sol para pintar sus paredes. Les hablo de quien vigila Granada noche y día. Les hablo del Castillo Rojo. Les hablo y les hablaré. Les pediré que me acompañen. Les hablo de la Alhambra...

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