miércoles, 27 de agosto de 2008

Sonrisa Helada

Era un vagón de metro. De las cuatro sillas, dos ocupadas y dos vacías. Ella estaba enfrente mío, apoyada contra un cristal que no dejaba ver paisaje. Fuera era oscuridad y transición invisible. Miré hacia fuera y vi su cara reflejada. Sonreía. Sonreía sin motivo. Al principio, una sonrisa disimulada. Tal vez un recuerdo rescatado. Transcurrían los segundos, y la comisura de sus labios iba cediendo. Surgieron sus dientes, enfatizando una sonrisa helada e imborrable. Debieron pasar dos minutos. Tres, tal vez. La sonrisa no desapareció. Era extraña. Habría jurado ver locura en ella. Me fui, pero seguí allí dentro. Caminé sin mirar atrás. Tal vez perseguido.

domingo, 24 de agosto de 2008

17.. y 18

SELECCIÓN MASCULINA DE BALONMANO - BRONCE


SELECCIÓN MASCULINA DE BALONCESTO - PLATA

Hago mía una frase leída en Marca.com en el día de hoy. "El honor y la gloria no se mide en metales". Por ello, doy las gracias a la selección de baloncesto por haber escrito una de las páginas más bellas de la historia de nuestro deporte. Han retado al imposible, y han estado cerca de vencerle. De hecho, el oro es más suyo que de nadie.


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Hasta aquí unos Juegos que pasarán a la historia. No he rendido aún homenaje a sus dos grandes protagonistas: Usain Bolt y Michael Phelps. Representan esa parte del ser humano que es capaz de llevar más allá nuestras limitaciones. Ellos han sido los Juegos en sí mismos. Hasta dentro de 4 años. En Londres.




sábado, 23 de agosto de 2008

13, 14, 15, 16...

DAVID CAL (PIRAGÜISMO - C1 - 500 METROS) - PLATA


SAÚL CRAVIOTTO & CARLOS PÉREZ (PIRAGÜISMO - K2 - 500 METROS) - ORO


EQUIPO DE NATACIÓN SINCRONIZADA - PLATA

SELECCIÓN MASCULINA DE HOCKEY HIERBA - PLATA

viernes, 22 de agosto de 2008

12...

David Cal (Piragüismo - C1 - 1000 Metros) - PLATA

jueves, 21 de agosto de 2008

Los medios y el accidente de Barajas.

La ceniza del terrible accidente de Barajas está llena de manchas que no acierto a comprender. No sé ustedes, pero yo ya no quiero ver más imágenes de gente llorando. Quiero que se les respete, y se garantice su derecho a la intimidad y al duelo. Quiero que me informen sobre lo que ha pasado, y que se trate este tema como un accidente, y no como un desfile de almas rotas, ante el que sólo falta aplaudir. Jamás el dolor de una persona debe ser noticia. Todos tenemos derecho a que se nos respete en un momento así. Me encuentro con familias rotas, un país conmocionado, debate ante las causas y, una vez más, la triste y vergonzosa actuación de la mayoría de medios de comunicación. Esto último es mísero y secundario, pero es tal la bajeza y la falta de ética que no puedo menos que usar estas líneas para denunciar lo que todos vemos.

No es mi intención demonizar a nadie, pero confieso que sería incapaz de pelear un puesto en un corrillo para captar las palabras del familiar de una víctima; ni tampoco de acribillar a preguntas a otro familiar, ante una cámara que, indiferente, no se mueve y parece buscar el llanto del entrevistado. ¿Su trabajo? No me jodan, con perdón. Tampoco sería capaz de realizar, el día siguiente del accidente, el trayecto que debería haber completado el avión con la simple misión de rellenar programa. Y mucho menos con el morboso mensaje de "vamos a viajar en el avión de la muerte". Apasionante también el cuestionario a quienes han cubierto el viaje. "¿Fue todo bien?", "¿Está seguro de realizar este viaje?" Decía mi amigo Luis que tienen material para un tiempo. No le quito razón. La guerra de audiencias llegará a estos límites.

Los medios de comunicación siguen perdiendo muchas oportunidades. Rigor, ética, respeto, seriedad, austeridad. ¿Qué carajo es eso, pensarán? Simple y llanamente, hay que buscar la noticia. Hay que rascar para obtener la exclusiva imagen del accidente. En directo, si puede ser. Y con gritos, mejor. Y con lo que sea. Y la lista de víctimas, y sus vidas, y la reacción de la familia. ¿Homenaje? No me jodan, de nuevo. Ni llorar en silencio podrá esta gente. Ni intimidad tendrán. Todo es noticia. Los supervivientes son objeto de noticia. Los muertos, ni les cuento. De Spanair, ya hablaremos.

No sirve de nada porque no lo leerán, pero reflexionen. Reflexionen sobre la manera de realizar un trabajo que está demasiado lejos de la información, de la distancia necesaria, del respeto y de muchos valores que, por desgracia, se van perdiendo por las alcantarillas que separan los límites del bien y del mal. ¿Hasta dónde es ético cubrir una desgracia? Piénsenlo.

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Fernando Echávarri & Antón Paz (Vela - Clase Tornado) - ORO

miércoles, 20 de agosto de 2008

El ave que no despegó

Dicen que la probabilidad de tener un accidente de avión es casi inexistente. Hoy, salió cruz. El avión no quiso despegar y se convirtió en ave de fuego. Hubo llamas y muertos. Pocos vivos. Anónimos todos, de momento. Hablan de causas. Tomen nota, pero el día de hoy son consecuencias. Mañana, Madrid amanecerá roja. Hay días oscuros, que nos recuerdan la fragilidad de un mundo imperfecto. Un mundo en el que pasan cosas; buenas y malas. Vaya un abrazo. Vayan mil. Descansen en paz.

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Gemma Mengual & Andrea Fuentes (Natación Sincronizada-Dúo) - PLATA

martes, 19 de agosto de 2008

Córdoba, la pequeña.

Si Andalucía fuera una foto de familia, muchos se acercarían a Córdoba preguntándose si es la hermana pequeña de Sevilla. Tal vez sea porque su aire está perfumado por el mismo Guadalquivir, o porque el barrio de la Judería se viste de blanco y calles estrechas, o porque una Mezquita se erige en joya del casco antiguo, o porque un Alcázar la vigila, o por el romero de las gitanas y el azabache del pelo, o por el Sol, o porque el pasado convive con el futuro, y Jesús con Mahoma, o porque hablan con gracia, mejor de noche que de día. Tal vez fue porque salimos de una para ir a parar a otra, y había algo en el ambiente que nos resultaba familiar.

Llegamos a mediodía, en un coche previamente alquilado en la sevillana estación de Santa Justa. El viaje fue correoso, para qué negarlo. El coche corría, pero encaraba las cuestas como el viejo tren de Dumbo. ¿Le recuerdan? Yo no dejé de recordarlo, y hasta silbaba para mí la canción. Sigo, con su permiso. Podría decirles que entrar en Córdoba fue el final de la ruta, pero mentiría. ¿Qué pensarían si ven un callejón obstruido por cuatro barrotes que emergen del suelo? No sé ustedes, pero yo pensaría que es inaccesible. Tras un buen rato buscando sin éxito el hotel, pasamos por el callejón y vimos un altavoz junto a una columna. Hubo que acercarse, decir que íbamos al hotel X, y los barrotes, cual puerta de Ali Baba, desaparecieron para dejarnos paso al casco antiguo de la ciudad. La fe. El nada es lo que parece. Qué les voy a contar.

El hotel era sencillo, con personal llano y una puesta en escena pretendidamente clasicona. Lo mejor era la ubicación, en frente de una Mezquita que erigía sus muros ante los que ya eran nuestros primeros pasos en Córdoba. Disponíamos de poco tiempo, día y medio a lo sumo, para ver la ciudad. Dado que estábamos en el centro histórico, teníamos material para ocupar un par de horas antes de comer. Vuelvo a la Mezquita, que fue nuestro comenzar. La primera mirada muestra una gran muralla color arena, erigida en forma cuadrangular en muros que ocultan el monasterio en su interior. En medio de la muralla, resaltan puertas férreas y doradas, enmarcadas bajo arcos pintados de rojo y marfil que parecen venir de otros tiempos y grandes distancias. Les hablo de turbantes, desiertos, té, dátiles, baños y bailes imposibles. Les hablo de Simbad, y Las Mil y una Noches. No les hablo más, y les llevo al interior del templo. Un patio de naranjos, como en Sevilla. Un empleado de seguridad que nos habló en inglés, enviándonos a la entrada a la Mezquita. Entramos.

La Mezquita, por dentro, es oscura. Está llena de columnas, rematadas por los mismos arcos de los que les hablé. Y también de puertas, y detalles que se multiplican en pocos palmos. Hay colores terrosos, rojizos, verdes y dorados, y letras árabes, que se aprietan en las paredes formando frases que jamás entenderé. Pero no todo remite a Arabia. También está Cristo. Permítanme. Quien entra allí verá a Cristo y los suyos profanando y conquistando un templo musulmán. Porque Cristo, en su cruz, se eleva imponente entre arcos del Islam. Porque los altares están construidos hiriendo paredes erigidas por manos omeyas. Porque las imágenes forman crucifijos que son más símbolo de victorias pasadas que iconos cristianos. Hay detalles y contrastes. La Mezquita son mil pasos que hay que dar lentamente, recorriendo recovecos y observando. Sólo así veremos los rastros de una lucha tranquila. Por los siglos de los siglos, tal vez. Y salimos. Y nos esperaba el Patio de los Naranjos para terminar donde comenzamos. Y vimos más arcos alrededor, aunque blancos y amarillentos. Y, sobresaliendo, un campanario tan cristiano como el crucifijo de Benedicto.

Comimos rápido y, tras una siesta, seguimos la visita. Serían las seis. Demasiado pronto, para variar. El calor, que no perdona. Salimos del casco antiguo, y entramos en una Córdoba distinta, blanca y estrecha, a través de un sendero que hacía pendiente y parecía llevar a otra ciudad. Era la Judería, y su sinagoga. Era la Andalucía de los patios, el verde, las macetas y el abanico. Era el calor que ya no recordaba, y que convirtió un tranquilo paseo en una nueva batalla contra el Sol. Ya lo decían las camisetas. Joé, que caló. Y hubo pausas para beber agua. Y excusas para detenerse. Y mil cosas que vimos sin ver. Y, sin quererlo, visitamos esa Córdoba anónima, que no sale en las guías, pero que se queda en las suelas del caminante. Una Córdoba llena de calles, parques e iglesias. Una Córdoba que me recordó al sevillano barrio de Santa Cruz. Y así pasó el tiempo, callejeando, mirando al suelo, y esperando la tregua del atardecer.

Regresamos sobre las nueve. Nos asomamos al Guadalquivir, desde un lado del Puente Romano. Vimos casas recortándose, con la estapa al fondo. Hicimos tiempo hasta la llegada del apetito. Cenamos bien, con salmorejo, boquerones y calamares presidiendo la mesa. Y un chorizo que, con pan, revivía a los muertos. Y Jose pidió natillas, por tercera o cuarta vez. Al salir, noté que el calor del día estaba atrapado en el asfalto y se resistía a salir de allí. Miré el reloj, y eran más de las once. Un día largo, que no cabe en un texto tan humilde. Lo pasamos con calor, pero en la agradable compañía de la pequeña. Esa que guarda en sus páginas voces lejanas. Esa que los sureños llaman, si mal no recuerdo, Córdoba.

9...

Joan Llaneras & Toni Tauler (Ciclismo en Pista - Clase Madison) - PLATA

lunes, 18 de agosto de 2008

8...

Leire Olaberría (Ciclismo en Pista - Puntuación) - BRONCE

domingo, 17 de agosto de 2008

4... 5... 6... 7...

Anabel Medina & Virginia Ruano (Tenis) - PLATA


Gervasio Deferr (Gimnasia Artística-Suelo) - PLATA


Iker Martínez & Xabi Fernández (Vela-49er) - PLATA

Rafael Nadal (Tenis) - ORO

sábado, 16 de agosto de 2008

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Joan Llaneras (Ciclismo en Pista-Puntuación) - ORO







Joker, el testamento de Heath Ledger

El plano final de Brokeback Mountain, con Heath Ledger sosteniendo en silencio la camisa de su amante fallecido, mostraba, dentro de su contención, una de las más desoladoras y emotivas imágenes que yo haya visto en una pantalla de cine. Cuando, hace unos meses, el joven actor se dejó la vida en una estación demasiado temprana, no pude menos que recordar esa imagen y pensar que sería, a buen seguro, el legado que dejaría al séptimo arte. Tras ver su composición del Joker en El Caballero Oscuro, debo decirles que hay que añadir un nuevo tesoro a su testamento.

He usado el término composición, y no el de interpretación. Sería injusto no reconocerle a Ledger el título de creador. Enfrentarse al Joker tenía sus riesgos. Debía enfrentarse al recuerdo de Jack Nicholson, a la solvencia del Batman interpretado por Christian Bale, y al calado que el siniestro y burlón personaje mantiene entre los admiradores del cómic. Ledger decidió tomar el camino más bacheado y exigente, optando, más que por dar vida al Joker, por meterse bajo su propia piel. El Joker de El Caballero Oscuro es más oscuro, diabólico y crudo que el histriónico villano que compuso Nicholson. El Joker de Ledger es un psicópata surgido de las profundidades del infierno, que deja escapar el pérfido aliento del mal en cada susurro, que pinta su cara con imperfecto maquillaje, y que disfruta de sus atrocidades con la autoridad de quienes carecen de moral. No creo que haya que compararle con nadie. Ni con la consistencia del Batman de Bale, ni con las cenizas del villano de Nicholson. La entrega, brillantez e intensidad de la recreación de Ledger es suficiente para defender un papel inolvidable.

Más allá del Joker, El Caballero Oscuro sigue la senda de Batman Begins. Se aleja del tono gótico y fantástico que plasmó Tim Burton en sus dos entregas, pero también, por suerte, de la acomodada mediocridad de Batman Forever o Batman & Robin. Christopher Nolan sigue decidido a mostrar una Gotham surgida de las pesadillas que avivan los miedos más reales de la era actual. Gotham es corrupta, pero reconocible, se aleja de la estética del trazo y se torna tan palpable como las limitaciones y dudas de su oscuro guardián. Nolan proyecta dentro de su Gotham fantasmas tan reales como el terrorismo latente, el desencanto, la ambigüedad moral, el pesimismo y la falta de heroicidad de nuestros tiempos. El propio Batman no escapa del bisturí psicoanalítico de Nolan, y se convierte en un ser taciturno, tan alejado como cercano a un enemigo (el Joker) con el que comparte (compartimos) mucho más que cicatrices y maquillaje.

El Caballero Oscuro avanza en su metraje con pulso firme y tono áspero, y dibuja sus mejores momentos en la batalla, ausente y presente, que libran un Batman lleno de dudas, y un Joker que afirma en sus gestos nerviosos su extraña condición de ser humano. Una batalla en la que, a fin de cuentas, el mal le recuerda al bien que no es sino su propia alma pintada de negro.

La madurez de El Caballero Oscuro no pretende deslumbrar ni seducir, pero no por ello evade las pretensiones de una obra mayor. Es difícil valorar si logra serlo. La adoración que Burton profesaba a Gotham y sus villanos convirtió sus dos obras en inolvidables, pero sería injusto desmerecer el gran trabajo de un Nolan que, decididamente, utiliza el alma del cómic para reflexionar sobre cuestiones mucho más profundas. Queda para el espectador apreciarlo, y disfrutar del alma anárquica del amoral Joker en lo que constituye, por desgracia, el último trabajo de un poderoso actor que respondía al nombre de Heath Ledger.

domingo, 10 de agosto de 2008

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José Luis Abajo (Esgrima) - BRONCE

sábado, 9 de agosto de 2008

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Samuel Sánchez (Ciclismo en Ruta) - ORO

Comunicado Oficial

Arquero Urbano adquiere el compromiso formal de acompañar al equipo español en las Olimpiadas de Pekin 2008. Para ello, rendiremos tributo a todas y cada una de las medallas logradas por nuestra delegación.

¡¡SUERTE, MUCHACH@S!!

viernes, 8 de agosto de 2008

WALL-E y EVA

La trillada guerra entre la animación digital y la animación tradicional dejó como secuela una incomprensible sospecha sobre la capacidad de la primera a la hora de reflejar emociones en sus personajes. Aunque esa batalla es un sinsentido desde tiempos remotos, bastaría un fotograma de Wall-E para enterrar cualquier debate.

Wall-E es, de entrada, una película exigente para un público tan acomodado como el actual. Más de uno se la perderá por la ausencia de diálogos en parte de su metraje. El inicio de la cinta muestra la Tierra como un mundo desolado, apocalíptico, en el que la vida sobrevive en los ecos lejanos del pasado, y la curiosidad de un pequeño robot (Wall-E) con más pinta de chatarra con vida que de androide futurista. Wall-E dedica sus días a explorar lo que queda del mundo para continuar con sus tareas de limpieza y, de paso, recrear con mimo un museo de todo lo que fue especial en la Tierra cuando había vida. Wall-E y el Mundo. Wall-E y lo que queda del Mundo. Una prueba de fuego en la que Andrew Stanton, director del film, llena cada milímetro de pantalla de gotas de vida sacadas de una botella aparentemente vacía. O, lo que es lo mismo, el inicio de Wall-E constituye, a lomos del simpático robot, uno de los más brillantes monólogos interpretativos que se recuerdan en los últimos tiempos.

Quiero hablarles de Eva. Eva es otra robot. Es femenina, esbelta, sofisticada y curiosa. Es el contrapunto de Wall-E en la superficie. Llega a la Tierra de algún sitio extraño, y le bastan unos segundos para despertar el amor (sí, he dicho amor) de nuestro amigo, iniciándose un desconfiado juego de gato y ratón, que acaba convirtiéndose, como ocurriera en la soberbia Inteligencia Artificial, en un canto a la inexplorada capacidad de sentir que esconden los seres inanimados.

Les hablaría de la segunda parte del film, pero estropearía algo tan necesario para el espectador como el encuentro inesperado con los contrastes. Y Wall-E es, entre otras cosas, un homenaje al contraste. Hay vida en robots, y muerte en una generación futurista de humanos aletargados. El humano es el apocalipsis, y el robot el héroe salvador. Wall-E es el pasado; Eva, el futuro.

Wall-E es, además, un cálido homenaje al ayer y el mañana, a la ciencia ficción (la revisión de HAL despertará nostalgias), a la esencia de una humanidad que se entierra bajo su nauseabunda pereza , y a los propios creadores de un film que parece querer reivindicar la vida animada bajo un traje que parecía negado para la causa. Wall-E es también un personaje entrañable, tierno y que debería ser heredero directo de mitos del calado de King Kong o ET. Wall-E es la enésima demostración de las inauditas habilidades técnicas de los estudios Pixar. Pero Wall-E es, ante todo, una escena. La imagen de Wall-E y Eva persiguiéndose por el universo en un baile imposible, repleto de estelas y unas miradas, las nuestras, que no pueden apartarse de ellos.
¿Saben qué? Wall-E es una de las más hermosas historias de amor que se han visto en una pantalla, y una rotunda obra de arte que merece un sitio de honor en la historia del cine de animación.

martes, 5 de agosto de 2008

Olé

La transición temporal nos dice que tras la noche llega el día. Si lo recuerdan, dejé mis relatos sobre Sevilla en la noche del segundo día. Imagino que esperan que comience estas líneas con el amanecer del tercero. ¿Les importa si doy un salto y viajo unas horas adelante? A estas alturas, habrán comprendido que Sevilla, en el sofocante mes de julio, viste capa de vampiro y abre los ojos tras la caída del sol. Duerme de día, y el visitante ignorante encuentra calles donde la vida se oculta tras las legañas de una mirada demasiado temprana.

Doy cuerda al reloj, y dejo que se detenga en las 12 de la noche. Estoy junto a Jose, en una calle del barrio de Triana, ante un local cerrado a cal y canto. Nos han dicho que en él hay flamenco, cante arraigado, y el ambiente más andaluz que pueda encontrarse en Sevilla. Miramos hacia el cartel, pero no hay más rastro que la fe en la palabra de quienes nos dijeron "Es aquí". Esperamos de pie, pacientes, viendo a pequeños grupos de turistas acercarse con la duda en cada paso. De pronto, alguien levanta una reja desde dentro. Asomamos la cabeza, mientras levantan la segunda. La dejan a media altura, dejando que sólo la oscuridad llegue a la calle. Jose echa un vistazo, y atisba un local pequeño, de iluminación casera, sillas pegadas y aire a cerrado. Pasa un buen rato hasta que podemos entrar. Es real.

Confieso que lo esperaba distinto. Había folklore, pero distinto a lo que imaginaba. Llegué, y vi que el espacio era mínimo. Se podía andar tras la barra, en el minúsculo escenario, y poco más. Entramos con poca gente y ya parecía lleno. Sillas apretadas, con respaldos y asientos llenos de flores, que formaban un raro jardín. Paredes atestadas de marcos, fotos, carteles y santos. ¿Había pared, de hecho? Me levanté, valiente, y fui a la barra a pedir. Dos refrescos, para qué mentir. Me atendió una mujer de aspecto fuerte y vigoroso. Rondaría los 60, y se bastaba para atender a todo el personal. Whisky, cerveza, cubata. Lo que sea. Eché un vistazo hacia las sillas, y vi el juego de luces. Cámara, luces, sonrían.

Volví al asiento, y me sentí extranjero. Pocos españoles habría allí. A mi izquierda, un matrimonio ¿alemán?. A la derecha de Jose, un grupo de ¿ingleses? En el escenario, cuatro ya dispuestos. Cerraron las puertas. La música dentro; fuera, el silencio. Vi a dos con guitarra, uno con pandereta, y otro con el triángulo para acompañar. Empezó la música. Uno de los guitarristas, con voz rota, comenzó a entonar sevillanas y versiones varias. Andalucía se presentaba en forma de acorde sureño, viajando por el poco aire que retenía el local. La mujer de la barra salió de la guarida y comenzó a servir fuera de ella. Abandonar una silla arrinconada era tarea imposible. Pasaron varias canciones, cuatro o cinco a lo sumo. El encanto avanzaba, pero no llenaba el local.

En medio de una canción, la mujer llegó al escenario y retó a un hombre a seguirla bailando. Un paso, un giro de manos, una vuelta, y el arte a rodar. Fue el aperitivo, el entrante a lo que estaba por llegar. La mujer tenía, nombre, y era Anselma. El local era su casa, y nosotros la visita. Anselma elevó su rostro, miró desafiante, y empezó a cantar. Cambió letras, alargó notas, desgarró su voz hasta el fin del mundo y, para qué negarlo, puso a más de uno el vello de punta. Había que acompañarla. Había que gritar ¡olé! y dar palmas como el que más. Tal vez empezamos nosotros, pero el resto nos siguió. Recuerdo a un chico de color, que daba palmas con poco acierto. Se sentó, y se unió a la fiesta. Le daba igual seguir el ritmo, pero sabía, como todos, que Anselma merecía percusión. Y así fue, de madrugada, como Sevilla dejó la calle para meterse dentro de mí.

No creo que quieran saber más del tercer día. Se me olvidó hablarles de una tormenta; de la calle Betis; de los que pescan en la otra ribera del Guadalquivir; de un arcoiris tras la Torre del Oro; del niño del "empaquetaje"; de que Anselma se encaró con alguien, y aún no sabemos con quién; de la loca que nos seguía a eso de las 3. Da igual. Ya hablé demasiado. El tercer día fue una rosa en el cabello recogido, y el barrio de Triana, y la noche, y las palmas y una canción. Fue el viento del sur retenido en un local. Fue Anselma. Fue, ya lo he dicho, Sevilla.