viernes, 8 de agosto de 2008

WALL-E y EVA

La trillada guerra entre la animación digital y la animación tradicional dejó como secuela una incomprensible sospecha sobre la capacidad de la primera a la hora de reflejar emociones en sus personajes. Aunque esa batalla es un sinsentido desde tiempos remotos, bastaría un fotograma de Wall-E para enterrar cualquier debate.

Wall-E es, de entrada, una película exigente para un público tan acomodado como el actual. Más de uno se la perderá por la ausencia de diálogos en parte de su metraje. El inicio de la cinta muestra la Tierra como un mundo desolado, apocalíptico, en el que la vida sobrevive en los ecos lejanos del pasado, y la curiosidad de un pequeño robot (Wall-E) con más pinta de chatarra con vida que de androide futurista. Wall-E dedica sus días a explorar lo que queda del mundo para continuar con sus tareas de limpieza y, de paso, recrear con mimo un museo de todo lo que fue especial en la Tierra cuando había vida. Wall-E y el Mundo. Wall-E y lo que queda del Mundo. Una prueba de fuego en la que Andrew Stanton, director del film, llena cada milímetro de pantalla de gotas de vida sacadas de una botella aparentemente vacía. O, lo que es lo mismo, el inicio de Wall-E constituye, a lomos del simpático robot, uno de los más brillantes monólogos interpretativos que se recuerdan en los últimos tiempos.

Quiero hablarles de Eva. Eva es otra robot. Es femenina, esbelta, sofisticada y curiosa. Es el contrapunto de Wall-E en la superficie. Llega a la Tierra de algún sitio extraño, y le bastan unos segundos para despertar el amor (sí, he dicho amor) de nuestro amigo, iniciándose un desconfiado juego de gato y ratón, que acaba convirtiéndose, como ocurriera en la soberbia Inteligencia Artificial, en un canto a la inexplorada capacidad de sentir que esconden los seres inanimados.

Les hablaría de la segunda parte del film, pero estropearía algo tan necesario para el espectador como el encuentro inesperado con los contrastes. Y Wall-E es, entre otras cosas, un homenaje al contraste. Hay vida en robots, y muerte en una generación futurista de humanos aletargados. El humano es el apocalipsis, y el robot el héroe salvador. Wall-E es el pasado; Eva, el futuro.

Wall-E es, además, un cálido homenaje al ayer y el mañana, a la ciencia ficción (la revisión de HAL despertará nostalgias), a la esencia de una humanidad que se entierra bajo su nauseabunda pereza , y a los propios creadores de un film que parece querer reivindicar la vida animada bajo un traje que parecía negado para la causa. Wall-E es también un personaje entrañable, tierno y que debería ser heredero directo de mitos del calado de King Kong o ET. Wall-E es la enésima demostración de las inauditas habilidades técnicas de los estudios Pixar. Pero Wall-E es, ante todo, una escena. La imagen de Wall-E y Eva persiguiéndose por el universo en un baile imposible, repleto de estelas y unas miradas, las nuestras, que no pueden apartarse de ellos.
¿Saben qué? Wall-E es una de las más hermosas historias de amor que se han visto en una pantalla, y una rotunda obra de arte que merece un sitio de honor en la historia del cine de animación.

No hay comentarios: