sábado, 23 de febrero de 2008

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE V - JUNO


JUNO, por Bipolar
La joven (de apariencia aún más joven) Ellen Page se dio a conocer en nuestras pantallas en 2005, cuando el jurado del festival de Sitges decidió otorgar el primer premio a ese extraño thriller sobre la venganza títulado Hard Candy. Esta cinta abarcaba el siempre escabroso tema de la pedofilia. La protagonista era una adolescente que, sobre el papel, estaba destinada a convertirse inevitablemente en otra Lolita más, pero que gracias a su peculiar físico y presencia, permitió a ese film navegar sobre la cuerda flotante de la ambigüedad. Así de importante resulta la cara de un actor en las películas, y no es casualidad que Ellen Page interprete a Juno McGuffin, que desde el inicio nos deleita con sus andares masculinos, paseando por las calles de esa ciudad dibujada de los títulos de crédito.

Justo después de esos créditos de influencia cómic a ritmo de desenfadada música indie, Juno llega a un supermercado para comprar otra prueba de embarazo. El actor que interpreta al dependiente es Rainn Wilson (el Arthur de “A 2 metros bajo tierra” con unos kilos de más). Sin llevar más de 5 minutos de metraje, ya tenemos la declaración de intenciones de Jason Reitman: abanderar el espiritu freak. Sin embargo, ser freak en los tiempos actuales ya no es marginal. Ser freak es lo más, o eso es lo que Reitman intenta transmitirnos con demasiado esfuerzo (Teléfono-hambuguesa, pipa de fumar para no fumar, el profesor de química del instituto [que no es otro que el Dj turnambulista Cut Chemist] ). Al inicio, podemos pensar que Reitman está poniendo a prueba el grado de frikismo de sus espectadores, pero la broma empieza a hacerse pesada cuando, delante del anuncio de embarazo, la respuesta de Juno no es de pánico, más bien al contrario; le divierte, y demuestra tener siempre una respuesta ingeniosa, perfecta para cada momento. Ese extraño saber posar de Juno, que nos aleja cada vez más de una situación real y creible, se extiende al resto de los personajes y, cuando la situación parece demasiado artificial para ser entrañable, cuando se respira demasiada voluntad forzada por ser “cool”, Juno comunica su embarazo no deseado a su padre y a su madrastra. Sorprendentemente, la respuesta no será reaccionaria y conservadora, como se podría esperar de cualquier film pro-freaks en contra de la “gente normal”. Reitman retrata desde el inició del relato, y con aceptacion, a la familia desestructurada. Se desmarca, de esta forma, de la recurrente y trillada idea de justificar la anormalidad norteamericanda como una respuesta desorientada a la imposición del estilo de vida que representa el deformado sueño americano actual.

Juno, acompañada de su padre, visita a esa pareja ideal que podrán encargarse, con toda garantia, de la adopción del accidente de Juno, y aquí entra por fin el personaje americano-standard, interpretado (reafirmando el buen trabajo de casting) por Jennifer Gardner, que se convertirá, dandole la vuelta al habitual desarrollo de este tipo de historias, en el personaje más marginal y solitario del film. A partir de este momento, despega en todo su esplendor esta película que, más madura de lo que parece a primera vista, se muesta, con un cierto exceso de dialogos ingeniosos, como una obra fresca, sorprendente y divertida que, sin pretender ir más allá de la típica proclamación del discurso “Sé tú mismo” se adorna con alguna que otra interesante reflexión que pone en el punto de mira la siempre cuestionable realidad del modo y funcionamiento de las relaciones de pareja. Todo eso, a pesar de que la aventura de Juno terminé como una excentrica lovestory de final feliz. No lo olvidemos. Por mucho que Juno siempre conteste con una seguridad digna de los que más saben sobre la vida, no es más que el descaro de una muchacha que tan solo lleva 15 años paseando por este mundo de freaks.


JUNO, por Ángel

Juno, de entrada, parece un nuevo eslabón en el frágil ensamblaje que ha convertido a parte del cine indie americano en pasto de la intrascendencia y un forzado sentido de la originalidad. Suenan unas notas de música independiente, mientras Ellen Page aparece en escena, comienza a hablar, y la pregunta se desliza por los poros de la pantalla. ¿Otra adolescente desencantada, con estética y lírica neo-hippie, dispuesta a describir con fuegos artificiales el extraño mundo que la rodea? Bastan escasos minutos para reconocer el error de tan prematura conclusión.

Juno es, desde su concepción (que la protagonista dé nombre a la película no es casual), un tributo a un personaje escrito, diseñado e interpretado con una frescura, encanto y profundidad ciertamente encomiables. Poco importan las intenciones de sus creadores. Poco importa si pretendían organizar un discurso moral, o si éste es desafiante. Poco importa si es una reivindicación de las virtudes del cine independiente. Todo importa realmente muy poco cuando el irresistible talento de Ellen Page y, por ende, de su deliciosa encarnación de Juno, crece, evoluciona y enamora como ocurre en esta película.

Juno nació para hablar de Juno, pero también para hablar de la necesidad de normalizar la realidad. Sería irreverente olvidar un magnífico elenco de personajes, cuyos sentimientos y relaciones con la protagonista ayudan a dibujar (con una normalidad sorprendente) un retrato en el que la cercanía se impone por encima de cualquier otra sensación. Juno recuerda a Mafalda, y ayuda a imaginar un mundo mejor. Si el embarazo adolescente, las relaciones paterno-filiales, la complejidad del primer amor o la ruptura de una pareja pueden ser tratados de esta forma, existe esperanza. Al final, poco importa derrumbarse y llorar. Siempre quedará espacio para cantar una canción.

viernes, 22 de febrero de 2008

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE IV - POZOS DE AMBICIÓN

POZOS DE AMBICIÓN, por Ángel


Siendo Pozos de Ambición una historia sumergida en las negras aguas del petróleo, no sería extraño pensar en ella como en un extenso oleoducto que separa las dos imágenes que abren y cierran el film. En la primera, podemos ver al protagonista, Daniel Plainview, encerrado en una gruta, excavando piedra mientras busca oro en la más basta de las soledades. Dos horas y media después, volvemos a encontrarnos ante el mismo hombre, rodeado de riquezas, con las manos manchadas y, de nuevo, con la soledad como fiel acompañante.

Pozos de Ambición es, ante todo, una de las más ásperas películas que se hayan rodado sobre la oscura historia de Estados Unidos. Paul Thomas Anderson, autor de la recordada Magnolia, toma el hilo de uno de los principales conductos que han dirigido el destino del cine americano, para acercar su mirada sobre los primitivos y sangrientos fundamentos en los que se cimentó una América que, a los ojos del resto, ha desafiado con demasiada frecuencia las leyes de la moralidad. O cómo retratar un país vestido de oro, que emergió con la fuerza de un chorro de petróleo, para ser enterrado, finalmente, por el asesinato de sus más sagrados valores

El peso de la película corre a cargo de su protagonista principal, al que encarna un poderoso Daniel Day Lewis. Personaje robusto e intenso, sin más pasado que unas pocas notas, Plainview representa, en sí mismo, el peso de la ira del solitario, la incontenible fuerza de la ambición, y hasta la renuncia a uno mismo por el poder. Como contrapartida, dos personajes: Eli (interpretado por el emergente Paul Dano) , pastor religioso de violento discurso, y el hijo de Plainview. O la iglesia reclamando su parte, y la inocencia en medio del infierno.

Pozos de Ambición rellena casi 3 horas de cine aparentemente clásico, más alejado de la épica de lo que el marketing ha querido vender, y portador de un viejo discurso que oscurece, con descarnada pasión, el idealizado inicio de la más poderosa de las naciones. Habrá Sangre [There will be blood], reza el título original (traducido incomprensiblemente al castellano, para variar). Y sangre hubo, hay y habrá. Pues sobre pilares de sangre nació América, y en pozos de sangre hunde sus dolorosas vergüenzas.

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE III - MICHAEL CLAYTON

MICHAEL CLAYTON, por Ángel


Michael Clayton encierra su esencia en las dos escenas más notables de su metraje. En la primera, el personaje interpretado por George Clooney abandona su coche, buscando descanso y tranquilidad en un furtivo encuentro con tres caballos salvajes. Poco antes de acabar el film, la escena se repite, esta vez dentro de un taxi. “No voy a ninguna parte. Aquí tiene 50 dólares. Simplemente conduzca”.

El motor que mueve el debut en la dirección de Tony Gilroy es, al margen de la denuncia de las oscuras prácticas de las grandes empresas, la búsqueda de paz de un experto navegante en mares de, con perdón, mierda y corrupción. Michael Clayton es un abogado lleno de dudas, incertidumbre, aire taciturno y dudoso rumbo. Michael Clayton está cansado. Cansado de todo. De su vida, de su trabajo, de sí mismo. Clooney lo sabe, y ofrece un trabajo sobrio, más cerca de la austeridad que de una heroicidad que nada tiene que ver con su personaje.

Michael Clayton es cíclica. Abre dos frentes desde el final, el que atañe a la denuncia y al propio Clayton, y los desarrolla con frialdad (no entendamos esto como defecto, sino como cualidad) y contención, en un viaje que, al final, acaba volviendo sobre sí mismo para rescatar la escasa ética que pueda quedar en el mundo. El interés que despierte en el espectador es lo que determinará que quede en el recuerdo o sea borrada al instante de su memoria. Mucho me temo que, a pesar de sus virtudes, sea éste su destino en mi interior. Es, en mi opinión, el patito feo de la presente edición de los Oscar. Un nuevo peón en la fábrica del cine de denuncia con el que parte de Hollywood se convence a sí misma de sus convicciones políticas.

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE II - NO ES PAÍS PARA VIEJOS

NO ES PAÍS PARA VIEJOS, por Ángel


No es casualidad que el aroma desprendido por el título de la última película de los hermanos Coen sea el de la resignación. El cine americano ha optado, en los últimos tiempos, por abrir una vía de reflexión que parece destinada a descifrar, con el pasado como excusa, muchas de las inquietudes y realidades que envuelve al habitante de los Estados Unidos. En Un País para Viejos, el sheriff interpretado por Tommy Lee Jones sufre una frustrante derrota. Es derrotado por una América que ya no reconoce, y que se encarna en la figura de un fantasmagórico asesino al que parece imposible vencer.

La película toma como eje la violenta cacería que un psicópata, interpretado magistralmente por Javier Bardem, lleva a cabo contra un desafortunado veterano de Vietnam, al que da vida Josh Brolin. El castigo tiene motivo, y es el capital pecado de la codicia. 2 millones de dólares, más valiosos para el cordero que para un lobo que sólo quiere sangre. Los Coen, que vuelven al fin por sus fueros, tiran de estilo y, rememorando los tensos silencios de Sangre Fácil, y la gélida e implacable personalidad de Fargo, recrean magníficos momentos de cine, enfrentando a ambos personajes en un duelo condenado a la tragedia. En él, Bardem es el mal en sí mismo. El mal como esencia. El mal como fantasma omnipresente. El mal como elemento invencible. El mal con la contundencia de un disparo, y la sombría presencia del silencio.

En Un País para Viejos, no es fácil dirimir entre el bien y el mal, porque lo primero es una simple ilusión que existe ante todo en el recuerdo. El mal lo cubre todo. Está presente en la víctima, movida por la codicia y el instinto, y por un ejecutor que avanza alejado de toda moralidad. El mal es un elemento que se ha implantado en América desde las raíces, ocultado por una idílica concepción de la Patria que poco o nada tiene que ver con la realidad. El viejo se resigna. El joven corre peligro. América ya no es América. Era un país para todos. Ahora, es un país para nadie.

martes, 19 de febrero de 2008

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE I - EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN

Prefacio, por Ángel

Dentro de un blog que tiene al cine como uno de sus mayores focos de atención, merecía la pena concentrarse en la ya cercana gala de los Oscar, y centrar nuestro interés en las películas que luchan por el galardón al mejor film del año 2007. Si bien es cierto que, como siempre, hay grandes olvidadas, y que el elenco elegido olvida (en mi opinión) algunas de las verdaderas joyas del pasado año, he de reconocer que, en la presente edición, hay un interés mucho mayor que en ediciones anteriores. Mucho se ha hablado de la revitalización de cierto espíritu setentero en América; del renacer de una mentalidad que parece dibujar la realidad desde una perspectiva más realista y cruda de lo ofrecido en las últimas décadas. 2007 ya es, para muchos, el inicio de una nueva (¿o vieja?) era.

El abanico de candidatas es ciertamente heterogéneo. En él está el regreso de grandes cineastas, como los hermanos Coen (No es País para Viejos), o Paul Thomas Anderson (con su épica Pozos de Ambición), pero no faltan el clásico guiño al cine independiente (representado por Juno), la denuncia político-social (Michael Clayton) o la adaptación literaria (Expiación). Es una gala abierta, interesante. Arquero Urbano no puede adelantarles la ganadora, pero al menos puede darles su opinión de las cinco obras.

Como ya anuncié hace escasas fechas, me acompaña en esta aventura alguien que conoce el cine desde dentro. Alguien cuyos conocimientos y gustos han ejercido una influencia indudable en mi persona. Quiere que le presente como Bipolar. Es para mí un placer. Sean bienvenidos a este especial. Hoy, primera entrega.

EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN, por Bipolar



Es difícil enfrentarse a este tipo de películas, donde el desconcierto que supone la absurda exposición de los hechos, sólo nos puede llevar a suponer que hay demasiadas bocas diciendo qué va a salir y que va a dejar de salir en la pantalla. Esto es lo que pasa cuando unos premios dejan de premiar a las mejores películas y son las películas las que se tienen que adaptar a lo que piden los Oscar para ser premiadas.

Por suerte y, desmarcándose un poco de la desesperante tendencia de los últimos años, en los Oscar de esta última edición han dejado a Paul Haggis en la cuneta para nominar, por fin, a verdaderos talentos del cine comercial norteamericano actual, comoson los hermanos Coen y Paul Thomas Anderson. Por lo demás, la Academia sigue con sus invariables tendencias, nominando a Juno como representación (casi siempre simbólica) del cine independiente y dejando caer Michael Clayton como la obra con tintes de justicia moral, necesaria para demostrar una cierta concienciación política (que no pasa de descafeinada) que se observa desde que Bush hijo empezó a controlar los medios habituales, y Michael Moore propuso la gran pantalla como medio de denuncia.

Entre dichas representantes, se encuentra naufragando Expiación. La película de Joe Wright parece buscar esa quinta nominación desesperadamente sin saber demasiado bien cual es su función, empezando con una prometedora historia de amor picante en una mansión inglesa, pero vista desde los ojos de Briony, una niña de 13 años. De repente, una elipsis nos conduce al medio de una nada interesante historia de amor pasional en tiempos de guerra. Es, después de un buen tiempo de metraje en el que, en lugar de avanzar dramáticamente, la película avanza en sus demostraciones de grandilocuencia, cuando nos encontramos ante la llegada de Robbie a las playas de Normandia. Es allí, en medio de un plano de seguimiento (que empieza con la ejecución de un caballo y que se dilata para mostrarnos todo el escenario de punta a punta, con sus millones de extras cruzando por delante de cámara, con una gigantesca noria al fondo entre columnas de humo y con el protagonista masculino desapareciendo de cuadro para volver entrar tres o cuatro minutos después), repleto de una monumental belleza formal, cuando un servidor se pregunta qué fue de esa niña de trece años, que fue del divertido juego de tensión sexual entre la pareja protagonista, que fue de esa música acompasada con el sonido de las teclas de la maquina de escribir de la pequeña y mentirosa Briony.

De pronto, somos conscientes de la trivialidad que conlleva la monstruosa exposición de recursos de producción que, aquí, se hallan al servicio de una gran demostración del poder que supone llevar a cabo semejante reconstrucción histórica. Al final, a pesar del desliz (que se prolonga durante una hora larga de película) la película cierra su discurso de forma coherente, aunque el interés ya es tan vago que es difícil sucumbir a las lágrimas del aceptable monologo con el que Vanesa Redgrave pide perdón.


EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN, por Ángel

Expiación, más allá de la pasión, inicia su extenso metraje mostrando la virginal mirada de Briony, personaje interpretado por la joven Saoirse Ronan. Quien desconozca, como servidor, la novela original de Ian McEwan, corre el riesgo de malinterpretar la película desde el principio, y confundir la aparente mirada de una niña celosa con lo que realmente es: La poderosa mirada del creador. Expiación no es una película sobre un amor inmortal. Ni siquiera una película sobre la culpa. O tal vez sí, aunque lo dejaré a su juicio. Hay que llegar al inesperado giro final para entender la gran reflexión de la obra de McEwan: ¿Puede el arte convertirse en vehículo expiatorio de una culpa imposible de curar? Vamos más allá. ¿Puede el artista ser Dios e invertir las reglas de la realidad?

Joe Wright, director de la notable Orgullo y Prejuicio, vuelve a Inglaterra en una nueva adaptación novelística. Presentada de forma clásica y preciosista, Expiación divide su narrativa en dos fases claramente marcadas, en las que el tiempo juega a saltar y retroceder para eliminar su importancia y servir únicamente a la obra que lo sostiene. El tiempo juega a ser verdugo, pero, incapaz de eliminar el rastro de la pasión y la culpa, únicamente es capaz de llegar hasta la muerte. El tiempo sólo sirve para ser usado por el creador; para volver atrás; para mostrar que la realidad es sólo la plasmación interesada y desenfocada de una mirada, y que la verdad es algo que sólo encuentra sitio en el insondable mundo de los sentimientos.

Sobresaliente es el calificativo que merece la primera parte de la obra. En ella, lo que parece destinado a ser un tranquilo fin de semana en una casa de verano, acaba convirtiéndose en una excusa para retratar una costumbrista y malévola batalla entre el deseo y la nobleza. Malévola, pero también intensa, hermosa y apasionada. Ante tal perspectiva, el espectador debe elegir entre apartar la mirada y no mancharse, o mirar con todas las consecuencias. Con la soberbia banda sonora (capaz de convertir el teclear de una máquina de escribir en un deslumbrante instrumento de percusión) de Darío Marinelli de fondo, asistiremos impávidos a la siembra de diversas pasiones que cobran aquí cuerpo de manzana prohibida, y constituyen el inicio de una tragedia tan imposible de aplacar como las fuerzas que la originan.

Lastrado por alguna voz en off que se me antoja excesiva, y por cierto desaprovechamiento de un escenario tan poderoso como la Segunda Guerra Mundial, el segundo tramo del filme pierde algo de fuelle respecto al inicio, aunque es legítimo reconocer el poder de su lectura póstuma, así como la belleza de una de las más deslumbrantes imágenes de la película. Hablo del descarnado plano que acompaña la llegada de Robbie, personaje interpretado por un inspirado James McAvoy, a una playa infestada de soldados y locura, todos ávidos de abandonar una guerra eterna y regresar al calor de su hogar en Inglaterra.

Es Expiación, más allá de la pasión una notable película, en la que sentimientos como la culpa y la pasión fluyen con desgarro e intensidad; donde talentos tan atractivos como el de James McAvoy, Keira Knightley, Saoirse Ronan, o el del propio director Joe Wright, dejan un gran sabor de boca, y donde, ante todo, se habla del poder de quien es capaz de manejar los hilos de sus creaciones. Si el teclear de una máquina de escribir sirve para reinventar la realidad, y expiar una culpa, ser creador tendrá sentido eternamente.

sábado, 16 de febrero de 2008

Econópolis (parte VI) - ¿Hipoteca o Alquiler?

¿Hipotecarse o vivir de alquiler para toda la vida? Éste es el dilema al que se enfrentan muchos jóvenes a día de hoy. Hace años, la respuesta a la disyuntiva era muy clara. Hipotecarse equivalía a condenarse a pagar una letra durante un periodo relativamente corto, que se situaba alrededor de los 10 años. En España, muchas familias vivían de un sueldo, pero adquirir un piso, a pesar de llevar a los ciudadanos a apretarse el cinturón durante un tiempo, era una solución rentable. Pasaron los años, y los pisos subieron de valor. Las familias que dieron el paso lo pasaron mal para pagar la letra, pero a cambio han visto crecer su patrimonio en un porcentaje estratosférico. Hablamos de incrementos de valor del 400-500% en muchísimos casos. Incluso más. Compré un piso, lo pude pagar en unos años, y ahora tengo un patrimonio libre de cargas, y con un valor muy superior. Una inversión que, en su día, fue arriesgada, pero que ha dado réditos muy notorios.

¿A qué se enfrenta el joven de hoy en día? Bien, comparemos situaciones. Arquero Urbano ya ha hablado en múltiples ocasiones del cambio de mentalidad en el ciudadano medio. El perfil ahorrador de los 80 ha dado paso a una vertiente consumista a la que es muy difícil renunciar. La riqueza, psicológicamente, suele medirse más por el impacto en la capacidad de gasto que por lo que tenemos ahorrado. Éste podría ser un punto de partida para analizar la situación actual, pero es obvio que no es suficiente, y que el entorno tiene un impacto ineludible a la hora de analizarla. Un joven puede llegar al inicio de la hipoteca sin haber ahorrado nada, pero la carga que supone endeudarse le obliga, a corto plazo, a renunciar a sus inquietudes consumistas. ¿Qué aspectos condicionan, pues, la decisión de hipotecarse?

1 - Salario real. Si entendemos el salario real en términos de poder adquisitivo, es tentador decir que el ciudadano ha salido perdiendo en este aspecto. Sus ingresos son superiores a los que recibía hace años, pero el incremento de precios (esencialmente los del mercado inmobiliario) ha impactado de tal forma que, a día de hoy, un ciudadano dispone de menos renta para subsistir. Hay unidades familiares en las que entran 2 o 3 sueldos (cambio de escenario), pero a las que el pago de la cuota de la hipoteca deja temblando cada mes.

SALARIO <CUOTA HIPOTECA + GASTOS> = AHORRO/CONSUMO

¿El salario de las familias ha aumentado? Por supuesto. La incorporación progresiva de la mujer al mercado de trabajo, y el propio aumento de los salarios ha hecho que esta variable sea considerablemente mayor. Lamentablemente, hipotecarse es cada vez más caro. Los precios, igualmente, han ido al alza. ¿Resultado? El incremento en la variable negativa se come al de la variable positiva. Cobramos más pero, en contrapartida, pagamos mucho más. Al final, nos encontramos que no podemos ahorrar, ni consumir al ritmo deseable para alcanzar el soñado bienestar. Un ejemplo gráfico. La revisión del coche, la reparación de la televisión o una boda pueden convertirse en un quebradero de cabeza para pasar el mes.

¿Ayuda esta variable a tomar una decisión? Relativamente. Alquilar un piso a solas es caro, aunque más barato que hipotecarse. Uno puede irse a compartir piso, pagar sólo una parte, y tener más capacidad ahorrativa, pero el mero hecho de emanciparse, con todo lo que ello conlleva, sigue siendo caro. Podemos deducir, pues, que la reducción de la capacidad adquisitiva del ciudadano, acrecentada durante los dos últimos años, ayuda escasamente a tomar una decisión. Iremos algo más desahogados si nos vamos de alquiler, pero el impacto del aumento de precios trasciende de la decisión y, dificilmente, ayuda a sacar una conclusión al respecto.

2 - Aumento del plazo en las hipotecas. Es impensable pagar un inmueble en 15 años. La realidad habla de hipotecas de 30, 35, 40 y hasta 50 años. La única solución para que una persona pague un piso cuyo valor está entorno a los 240.000 € es alargarle el plazo de la deuda hasta niveles que hace años hubieran parecido de ciencia ficción. Ello implica que, sin considerar posibles contingencias futuras (la recepción de una herencia, el cobro de una indemnización..), y ciñéndonos a lo que vamos a pagar cada mes, existe una posibilidad real que dejemos este mundo sin haber liquidado la deuda hipotecaria. ¿Nos compramos un piso para que lo hereden los hijos, o nuestra voluntad inicial era comprarnos un piso para tener un patrimonio propio donde cobijarnos?

Una de las premisas de las que partimos a la hora de tomar la decisión que nos ocupa es la sensacion de propiedad. Si uno compra un piso, y se hipoteca, está compartiendo la propiedad con la entidad crediticia. Este reparto de poderes finaliza en el momento en que liquidamos la deuda. ¿Qué ocurre si nos hipotecamos por 50 años, y orientamos la hipoteca a terminar de pagarla cuando ya estemos jubilados? La sensación de propiedad ha desaparecido. La paradoja contemporanea es la siguiente:

Pasado:

-Me iba de alquiler. Pagaba. El piso nunca era mío.
-Me hipotecaba. Pagaba. El piso era mío a corto/medio plazo.

Presente:

-Me voy de alquiler. Pago. El piso nunca será mío.
-Me hipoteco. Pago. El piso será mío a largo plazo.. o nunca.

¿Qué hago? ¿Asumo todos los gastos que implica hipotecarse (trataremos el tema en el próximo capítulo para que sepaís, exactamente, qué se paga cuando nos endeudamos), la compra del piso, una cuota superior a la del alquiler, y me arriesgo a no tener el piso en propiedad hasta que ya no pueda disfrutarlo, o me voy de alquiler, y renuncio a tener un patrimonio en este mundo a cambio de una vida algo más liviana?

Juzgad.

3 - Factor inversor.

El que se compró un piso hace 20 años, y ha decidido venderlo, lo ha hecho por un valor muy superior. Al margen de haber disfrutado de una propiedad, ha podido obtener un beneficio. Actualmente, el mercado inmobiliario está en recesión. Quien compra un piso en la actualidad, se arriesga a una pérdida de valor sustancial. Antes compré por 20 lo que en unos años llegó a valer 40. Ahora compro por 40 lo que en unos años puede seguir valiendo 40. O incluso menos. ¿Tomo en este momento la decisión de comprar, o espero a que siga la recesión para entrar cuando los pisos sean más económicos?

4 - Psicología.

Uno de los factores que determinan el proceso de decisión es el psicológico. El ciudadano, muchas veces, toma sus decisiones por cuestiones más emocionales que racionales. Es posible que, dadas las circunstancias actuales, la decisión más racional sea la de irse a vivir de alquiler, y esperar acontecimientos en un mercado inmobiliario que, posiblemente, haya alcanzado sus límites en materia de precios. El alquiler implica menos gastos, más alternativas (compartir piso..), y ofrece una solución para emanciparse. No obstante, el ciudadano tiene comportamientos dificilmente razonables en un análisis. Todos queremos tener una propiedad. Toda pareja tiene la ilusión de comprarse un piso. El alquiler nunca da una sensación real de independencia/emancipamiento completo. El peso que ésta y otras variables tienen en la decisión de hipotecarse es muy elevado, y tan privado que es imposible ponerle un valor real.

Arquero Urbano, en la próxima entrega de Econópolis, desgranará, punto por punto, lo que es una hipoteca, y espera ayudarles, con su reflexión, en su toma de decisiones. Hasta entonces, reciban un cordial saludo. Que ustedes se hipotequen bien.

jueves, 14 de febrero de 2008

Duda Existencial I : El Sueño del Miope

Si una persona sufre de miopía, ¿la padece mientras duerme? ¿Estamos los humanos forzando la vista en nuestros sueños? ¿Influye tal hecho en la degradación de la vista? ¿Debemos ponernos gafas a la hora de dormir?

COMUNICADO OFICIAL

Arquero Urbano desmiente su participación en el acuerdo PSOE - PP, tras el consenso alcanzado por ambos partidos para llevar a cabo el debate televisivo entre Mariano Rajoy y José Luis Rodríguez Zapatero.

miércoles, 13 de febrero de 2008

El No Debate

Atónito observo las excusas presentadas por PSOE y PP para evadir el momento más interesante que presentaba la campaña electoral. La realidad es que basta un poco de atención para darse cuenta de la escasa salud por la que atraviesa la democracia española. Convertida la política en un intercambio de golpes sin sentido, en un insulto constante a la inteligencia de los ciudadanos (a los que se subestima y compra descaradamente como parte de una convencida manera de actuar), y en una constante pérdida de oportunidades, uno esperaba el momento del debate entre Zapatero y Rajoy como la exhalación de oxígeno puro en medio de una escalada. Por fin, con un moderador mediando, los dos principales candidatos iban a verse las caras sin trucos, sin discursos previos, a sangre fría y con las cámaras (y los españoles) observando sin pestañear. Los españoles por fin iban a verles cara a cara. Por fin iban a verles dar respuestas de verdad. Esa era la teoría, claro está.

El último debate entre candidatos se remonta, en España, al año 1993. Con PSOE y PP encarando el proceso en empate técnico, el debate sirvió a los indecisos para aclarar posturas y decantarse por el partido de izquierdas. Tal vez, la trascendencia de aquel resultado haya hecho saltar las alarmas en las sedes de ambos partidos. Llegamos empatados. ¿Vamos a arriesgarnos a un mal día, a salir malparados y echar por tierra la posibilidad de ganar? En un partido igualado, puede ganar cualquiera. En un partido ya decidido, el perdedor sólo opta a maquillar la derrota. El debate tenía más sentido cuando la distancia entre PSOE y PP parecía insalvable. Hoy, no lo es. Hoy, de hecho, no es ni distancia. ¿Le interesa el debate a alguno de los dos partidos, o prefieren no arriesgarse a llegar a la guerra con opciones?

La excusa oficial tira del recelo que ambos partidos tienen a ciertos medios. El PP no quiere ni oír hablar de TVE. El PSOE no acepta que el debate sea propiedad de Telecinco y Antena 3. Todas las propuestas llevan la negativa de la otra parte. Ahora estamos con la posibilidad de una solución neutral, pero tampoco deja satisfecho a las dos partes. El debate estaba previsto para el día 25. Se sigue negociando. Yo, a día de hoy, no doy un duro porque se acabe celebrando. Ya saben el motivo oficial. El oficioso lo encontrarán en el segundo párrafo. ¿Les suena la expresión dar largas? Se juega con el tiempo, con el resultado. ¿Cambiaría una encuesta sorprendente la postura de alguno de los dos partidos? ¿Merece el ciudadano español asistir a semejante coz a su proyección como votante sensato?

El debate es, para el ciudadano, una oportunidad de oro para decidirse. En un momento, puede detectar debilidades, vacíos en el discurso y fortalezas que, de otra forma, no reconocería. Conociendo la imprecisión del voto medio, parece un oasis en medio del desierto. Para los partidos, lamentablemente, un debate es un riesgo que, cuanto más cercano parece, menos ganas tienen de correr. Uno mira a Estados Unidos, y vé la presencia que tiene el entorno mediático en la campaña, y siente envidia. Allí se cruza a los aspirantes, y todo el mundo puede verlo. Cojamos a los demócratas. Obama y Hillary Clinton tienen que responder, en directo, a la misma pregunta. La gente escucha. La gente decide. La gente ya ha decidido que le gusta más Obama. Y lo han decidido, sí. Y lo ha decidido, entre otras cosas, porque es más fácil escuchar allí a Obama, que aquí a Zapatero o Rajoy. Muchos llegarán a las elecciones sin tener claro a quien votar. En España se lleva mucho el voto de última hora. ¿Conoce el ciudadano medio el programa de cada partido? El debate es una oportunidad para ello, pero se tira a la basura. Aquí no se cruza nadie. ¿Para qué, si no hay costumbre?

sábado, 9 de febrero de 2008

Disfrazada de sí misma.

Esconder rincones es una de las más preciadas virtudes de las grandes ciudades. En Barcelona, cerca de la Plaza España, hay un lugar donde se ve luz desde la penumbra, donde hay quien se disfraza para ser uno mismo, y donde la cena lleva más sorpresas que platos en el menú. Es un restaurante. Se llama Eterna. Le debieron poner el nombre porque allí, la libertad en su más pura esencia, no tiene fecha de caducidad.

Eterna se levanta entre dos calles. Ambiguo desde el origen, uno diría que no se decidió por ninguna. El umbral de entrada es pequeño, y la austeridad sólo se rompe ante la glamourosa presencia de las Drag Queen. La entrada se abre, y aparecen ellas. Sofisticadas, elevadas en sus interminables plataformas, escondidas tras kilos de maquillaje, y soportando el peso de ornamentadas pelucas y psicodélicas vestimentas. El salón es vasto, cubre todos los rincones y presenta sus mesas a lo grande, numerándolas como mesas de bingo, y rodeando un escenario que se engalana ante una cortina azul cobalto.

Llega el momento de pedir. Otra vez la dualidad. Hay que elegir entre dos primeros, dos segundos y dos postres. Uno no lo sabe, pero debe ser raudo y comenzar a cenar cuanto antes. El Show está a punto de comenzar. Un bocado, otro bocado. El primer plato comienza bajo la luz. De pronto se apagan las luces. Llegan los bocados a ciegas. Mirada al escenario. Aparece Kira. Pelo lacio y rubio. Sobria en la vestimenta. Acerca el micrófono a sus labios. Comienza a hablar, pero no habla. Kira dispara palabras. Es afilada, aguda, incisiva. Se dirige a las mesas. ¿Quién cumple años? ¿Por qué estáis aquí? ¿Hay alguien normal? ¿Despedida de solteras? ¿Te vas a casar, querida? ¿Me dejas sóla en el oficio, cariño? Kira es eso y mucho más. Usa el humor con descaro, con cinismo. Se ríe de sí misma. De sí mismo. ¿Cómo no va a reirse del mundo?

Kira alterna sus monólogos con el espectáculo de un cabaret. Aparecen bailarines como Alexander o Patrol. Su apariencia es masculina, pero ambigua. Sus movimientos son ballet, danza del vientre, glam, dance. Les siguen Wanda o Satanasa, reinas de un show donde la psicodelia y el colorido habrían reventado de placer las entrañas de Andy Warhol. Vuelve Kira. A veces habla. A veces, canta. No olvida el nombre de los que cumplen años. Ni su edad. Su memoria ha debido ser entrenada mientras trataba de recordar quién es realmente. Finaliza su espectáculo dando las gracias, y cantando a la libertad. La libertad de ser uno mismo. La paradoja de serlo a través del disfraz. Yo no tengo nada que ver con su mundo, pero reconozco que, desde que la vi en el escenario, la admiro. Vaya si la admiro.

miércoles, 6 de febrero de 2008

COMUNICADO OFICIAL

Arquero Urbano se complace en anunciar la próxima colaboración de bipolar, profesional del mundo del cine y, ante todo, buen amigo, que me acompañará en un riguroso análisis de las candidatas a mejor película en la próxima gala de los premios Oscar.

martes, 5 de febrero de 2008

Eclipse

Anoche, en alta mar, un camarote ocultaba a un capitán de navío, incapaz de presenciar el naufragio al que una tormenta conducía. A millas de distancia, en la vieja capilla del pueblo, un sacerdote cubría con rezos el inconfesable secreto de una inconsciente quinceañera. El aire juega con la bolsa de papel sin llegar a ser visto, igual que hace la suerte con el desgraciado. El lobo, observador, se ríe de su presa; el valor, del enamorado, al que deja tirado en el momento de declararse arrodillado. Valiente cobarde el coraje, ¿Por qué se fue de puntillas, olvidando al sentenciado soldado? Ley de vida, de muerte y de corazones destrozados.

Cuentan hoy en las noticias que los remos no vieron el faro. Sonaron disparos, sirenas, y las monedas de Judas cayendo sobre coronas de espinas. ¡Alto, joven, o disparo, dijo la sombra traidora! Amaga la libertad con sorprender al presidiario, igual que la inspiración hace con el poeta. Falsa es la demagogia, que tapa la verdad, pintando un óleo sin pincel y con pintura caducada. ¿Qué decirle a los pequeños? Escóndanles los caramelos y dejen que los encuentren. Mentir a tiempo no sirve, mas retrasa el golpe de estado. Lo saben ya los viejos, debe saberlo el diablo. Pintar en blanco en el papel es un truco ya muy usado.

El Sol faltó hoy a su cita, cansado ya de iluminar un mundo que no reconoce, recurriendo al engaño, como buen veterano. El amanecer, como siempre, vistió de encarnado, anunciando con rocío y cantos la llegada del rey. Siempre vigila, desde lo alto, altanero y orgulloso. Siempre abre un nuevo día, una esperanza, un comienzo. Cierra la jornada del grillo y abre la del gallo. Trae los nervios al niño antes de abrir sus regalos, y lágrimas a la novia que ya sueña en blanco. Se cuela por una rendija, perezoso, calentando la fría mañana. Da cobijo en invierno y color en verano. Lucha contra la mentira y la ceguera. Tiende ríos de color entre la lluvia, formando un puente para cruzar el océano. Confunde a quien le mira a los ojos, y guía a quien le da la espalda. Es la antorcha que nunca se apaga, que no descansa, que nos sobrevive, que no cierra los ojos cuando sólo un ciego miraría, y que nos alumbra en el primer paso y acompaña ausente en el último adiós. Hoy dijo que no vendría, que descansaría, que, simplemente, necesitaba tregua y alivio.

Hacía ya demasiado que el astro no celebraba un carnaval, un guiño a la mentira y al escondite, un homenaje a las sombras a las que tantas veces oculta, menosprecia y traiciona. Todos estaban invitados, del pobre al rico, y del viejo al niño. Reservó mesa y mantel junto a su amada, la luna. Apareció para esperarla y desapareció para seducirla. Como antaño, observado por las estrellas, la tomó de la cintura en plena cena, la cortejó lentamente, le ofreció una rosa, su mano y la invitó a bailar un vals que, de hermoso, es prohibido a los ojos del mundo. Cuando suena la música, el reloj de la torre se despista, el día es noche, y nadie entiende qué ocurre. Dicen que es un eclipse, que acabará pronto, que el Sol volverá raudo a su trono. Yo sólo sé que si vivo para volver a verlo, miraré hacia arriba, sin parpadear, para ver como Sol y Luna entrelazan sus dedos ante mí. Lo haré, ¡vaya si lo haré! Aunque pierda mis ojos, lo haré.

Ángel (03/10/2005)