miércoles, 13 de febrero de 2008

El No Debate

Atónito observo las excusas presentadas por PSOE y PP para evadir el momento más interesante que presentaba la campaña electoral. La realidad es que basta un poco de atención para darse cuenta de la escasa salud por la que atraviesa la democracia española. Convertida la política en un intercambio de golpes sin sentido, en un insulto constante a la inteligencia de los ciudadanos (a los que se subestima y compra descaradamente como parte de una convencida manera de actuar), y en una constante pérdida de oportunidades, uno esperaba el momento del debate entre Zapatero y Rajoy como la exhalación de oxígeno puro en medio de una escalada. Por fin, con un moderador mediando, los dos principales candidatos iban a verse las caras sin trucos, sin discursos previos, a sangre fría y con las cámaras (y los españoles) observando sin pestañear. Los españoles por fin iban a verles cara a cara. Por fin iban a verles dar respuestas de verdad. Esa era la teoría, claro está.

El último debate entre candidatos se remonta, en España, al año 1993. Con PSOE y PP encarando el proceso en empate técnico, el debate sirvió a los indecisos para aclarar posturas y decantarse por el partido de izquierdas. Tal vez, la trascendencia de aquel resultado haya hecho saltar las alarmas en las sedes de ambos partidos. Llegamos empatados. ¿Vamos a arriesgarnos a un mal día, a salir malparados y echar por tierra la posibilidad de ganar? En un partido igualado, puede ganar cualquiera. En un partido ya decidido, el perdedor sólo opta a maquillar la derrota. El debate tenía más sentido cuando la distancia entre PSOE y PP parecía insalvable. Hoy, no lo es. Hoy, de hecho, no es ni distancia. ¿Le interesa el debate a alguno de los dos partidos, o prefieren no arriesgarse a llegar a la guerra con opciones?

La excusa oficial tira del recelo que ambos partidos tienen a ciertos medios. El PP no quiere ni oír hablar de TVE. El PSOE no acepta que el debate sea propiedad de Telecinco y Antena 3. Todas las propuestas llevan la negativa de la otra parte. Ahora estamos con la posibilidad de una solución neutral, pero tampoco deja satisfecho a las dos partes. El debate estaba previsto para el día 25. Se sigue negociando. Yo, a día de hoy, no doy un duro porque se acabe celebrando. Ya saben el motivo oficial. El oficioso lo encontrarán en el segundo párrafo. ¿Les suena la expresión dar largas? Se juega con el tiempo, con el resultado. ¿Cambiaría una encuesta sorprendente la postura de alguno de los dos partidos? ¿Merece el ciudadano español asistir a semejante coz a su proyección como votante sensato?

El debate es, para el ciudadano, una oportunidad de oro para decidirse. En un momento, puede detectar debilidades, vacíos en el discurso y fortalezas que, de otra forma, no reconocería. Conociendo la imprecisión del voto medio, parece un oasis en medio del desierto. Para los partidos, lamentablemente, un debate es un riesgo que, cuanto más cercano parece, menos ganas tienen de correr. Uno mira a Estados Unidos, y vé la presencia que tiene el entorno mediático en la campaña, y siente envidia. Allí se cruza a los aspirantes, y todo el mundo puede verlo. Cojamos a los demócratas. Obama y Hillary Clinton tienen que responder, en directo, a la misma pregunta. La gente escucha. La gente decide. La gente ya ha decidido que le gusta más Obama. Y lo han decidido, sí. Y lo ha decidido, entre otras cosas, porque es más fácil escuchar allí a Obama, que aquí a Zapatero o Rajoy. Muchos llegarán a las elecciones sin tener claro a quien votar. En España se lleva mucho el voto de última hora. ¿Conoce el ciudadano medio el programa de cada partido? El debate es una oportunidad para ello, pero se tira a la basura. Aquí no se cruza nadie. ¿Para qué, si no hay costumbre?

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