martes, 19 de febrero de 2008

ESPECIAL "OSCAR 2008" - PARTE I - EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN

Prefacio, por Ángel

Dentro de un blog que tiene al cine como uno de sus mayores focos de atención, merecía la pena concentrarse en la ya cercana gala de los Oscar, y centrar nuestro interés en las películas que luchan por el galardón al mejor film del año 2007. Si bien es cierto que, como siempre, hay grandes olvidadas, y que el elenco elegido olvida (en mi opinión) algunas de las verdaderas joyas del pasado año, he de reconocer que, en la presente edición, hay un interés mucho mayor que en ediciones anteriores. Mucho se ha hablado de la revitalización de cierto espíritu setentero en América; del renacer de una mentalidad que parece dibujar la realidad desde una perspectiva más realista y cruda de lo ofrecido en las últimas décadas. 2007 ya es, para muchos, el inicio de una nueva (¿o vieja?) era.

El abanico de candidatas es ciertamente heterogéneo. En él está el regreso de grandes cineastas, como los hermanos Coen (No es País para Viejos), o Paul Thomas Anderson (con su épica Pozos de Ambición), pero no faltan el clásico guiño al cine independiente (representado por Juno), la denuncia político-social (Michael Clayton) o la adaptación literaria (Expiación). Es una gala abierta, interesante. Arquero Urbano no puede adelantarles la ganadora, pero al menos puede darles su opinión de las cinco obras.

Como ya anuncié hace escasas fechas, me acompaña en esta aventura alguien que conoce el cine desde dentro. Alguien cuyos conocimientos y gustos han ejercido una influencia indudable en mi persona. Quiere que le presente como Bipolar. Es para mí un placer. Sean bienvenidos a este especial. Hoy, primera entrega.

EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN, por Bipolar



Es difícil enfrentarse a este tipo de películas, donde el desconcierto que supone la absurda exposición de los hechos, sólo nos puede llevar a suponer que hay demasiadas bocas diciendo qué va a salir y que va a dejar de salir en la pantalla. Esto es lo que pasa cuando unos premios dejan de premiar a las mejores películas y son las películas las que se tienen que adaptar a lo que piden los Oscar para ser premiadas.

Por suerte y, desmarcándose un poco de la desesperante tendencia de los últimos años, en los Oscar de esta última edición han dejado a Paul Haggis en la cuneta para nominar, por fin, a verdaderos talentos del cine comercial norteamericano actual, comoson los hermanos Coen y Paul Thomas Anderson. Por lo demás, la Academia sigue con sus invariables tendencias, nominando a Juno como representación (casi siempre simbólica) del cine independiente y dejando caer Michael Clayton como la obra con tintes de justicia moral, necesaria para demostrar una cierta concienciación política (que no pasa de descafeinada) que se observa desde que Bush hijo empezó a controlar los medios habituales, y Michael Moore propuso la gran pantalla como medio de denuncia.

Entre dichas representantes, se encuentra naufragando Expiación. La película de Joe Wright parece buscar esa quinta nominación desesperadamente sin saber demasiado bien cual es su función, empezando con una prometedora historia de amor picante en una mansión inglesa, pero vista desde los ojos de Briony, una niña de 13 años. De repente, una elipsis nos conduce al medio de una nada interesante historia de amor pasional en tiempos de guerra. Es, después de un buen tiempo de metraje en el que, en lugar de avanzar dramáticamente, la película avanza en sus demostraciones de grandilocuencia, cuando nos encontramos ante la llegada de Robbie a las playas de Normandia. Es allí, en medio de un plano de seguimiento (que empieza con la ejecución de un caballo y que se dilata para mostrarnos todo el escenario de punta a punta, con sus millones de extras cruzando por delante de cámara, con una gigantesca noria al fondo entre columnas de humo y con el protagonista masculino desapareciendo de cuadro para volver entrar tres o cuatro minutos después), repleto de una monumental belleza formal, cuando un servidor se pregunta qué fue de esa niña de trece años, que fue del divertido juego de tensión sexual entre la pareja protagonista, que fue de esa música acompasada con el sonido de las teclas de la maquina de escribir de la pequeña y mentirosa Briony.

De pronto, somos conscientes de la trivialidad que conlleva la monstruosa exposición de recursos de producción que, aquí, se hallan al servicio de una gran demostración del poder que supone llevar a cabo semejante reconstrucción histórica. Al final, a pesar del desliz (que se prolonga durante una hora larga de película) la película cierra su discurso de forma coherente, aunque el interés ya es tan vago que es difícil sucumbir a las lágrimas del aceptable monologo con el que Vanesa Redgrave pide perdón.


EXPIACIÓN, MÁS ALLÁ DE LA PASIÓN, por Ángel

Expiación, más allá de la pasión, inicia su extenso metraje mostrando la virginal mirada de Briony, personaje interpretado por la joven Saoirse Ronan. Quien desconozca, como servidor, la novela original de Ian McEwan, corre el riesgo de malinterpretar la película desde el principio, y confundir la aparente mirada de una niña celosa con lo que realmente es: La poderosa mirada del creador. Expiación no es una película sobre un amor inmortal. Ni siquiera una película sobre la culpa. O tal vez sí, aunque lo dejaré a su juicio. Hay que llegar al inesperado giro final para entender la gran reflexión de la obra de McEwan: ¿Puede el arte convertirse en vehículo expiatorio de una culpa imposible de curar? Vamos más allá. ¿Puede el artista ser Dios e invertir las reglas de la realidad?

Joe Wright, director de la notable Orgullo y Prejuicio, vuelve a Inglaterra en una nueva adaptación novelística. Presentada de forma clásica y preciosista, Expiación divide su narrativa en dos fases claramente marcadas, en las que el tiempo juega a saltar y retroceder para eliminar su importancia y servir únicamente a la obra que lo sostiene. El tiempo juega a ser verdugo, pero, incapaz de eliminar el rastro de la pasión y la culpa, únicamente es capaz de llegar hasta la muerte. El tiempo sólo sirve para ser usado por el creador; para volver atrás; para mostrar que la realidad es sólo la plasmación interesada y desenfocada de una mirada, y que la verdad es algo que sólo encuentra sitio en el insondable mundo de los sentimientos.

Sobresaliente es el calificativo que merece la primera parte de la obra. En ella, lo que parece destinado a ser un tranquilo fin de semana en una casa de verano, acaba convirtiéndose en una excusa para retratar una costumbrista y malévola batalla entre el deseo y la nobleza. Malévola, pero también intensa, hermosa y apasionada. Ante tal perspectiva, el espectador debe elegir entre apartar la mirada y no mancharse, o mirar con todas las consecuencias. Con la soberbia banda sonora (capaz de convertir el teclear de una máquina de escribir en un deslumbrante instrumento de percusión) de Darío Marinelli de fondo, asistiremos impávidos a la siembra de diversas pasiones que cobran aquí cuerpo de manzana prohibida, y constituyen el inicio de una tragedia tan imposible de aplacar como las fuerzas que la originan.

Lastrado por alguna voz en off que se me antoja excesiva, y por cierto desaprovechamiento de un escenario tan poderoso como la Segunda Guerra Mundial, el segundo tramo del filme pierde algo de fuelle respecto al inicio, aunque es legítimo reconocer el poder de su lectura póstuma, así como la belleza de una de las más deslumbrantes imágenes de la película. Hablo del descarnado plano que acompaña la llegada de Robbie, personaje interpretado por un inspirado James McAvoy, a una playa infestada de soldados y locura, todos ávidos de abandonar una guerra eterna y regresar al calor de su hogar en Inglaterra.

Es Expiación, más allá de la pasión una notable película, en la que sentimientos como la culpa y la pasión fluyen con desgarro e intensidad; donde talentos tan atractivos como el de James McAvoy, Keira Knightley, Saoirse Ronan, o el del propio director Joe Wright, dejan un gran sabor de boca, y donde, ante todo, se habla del poder de quien es capaz de manejar los hilos de sus creaciones. Si el teclear de una máquina de escribir sirve para reinventar la realidad, y expiar una culpa, ser creador tendrá sentido eternamente.

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