sábado, 9 de febrero de 2008

Disfrazada de sí misma.

Esconder rincones es una de las más preciadas virtudes de las grandes ciudades. En Barcelona, cerca de la Plaza España, hay un lugar donde se ve luz desde la penumbra, donde hay quien se disfraza para ser uno mismo, y donde la cena lleva más sorpresas que platos en el menú. Es un restaurante. Se llama Eterna. Le debieron poner el nombre porque allí, la libertad en su más pura esencia, no tiene fecha de caducidad.

Eterna se levanta entre dos calles. Ambiguo desde el origen, uno diría que no se decidió por ninguna. El umbral de entrada es pequeño, y la austeridad sólo se rompe ante la glamourosa presencia de las Drag Queen. La entrada se abre, y aparecen ellas. Sofisticadas, elevadas en sus interminables plataformas, escondidas tras kilos de maquillaje, y soportando el peso de ornamentadas pelucas y psicodélicas vestimentas. El salón es vasto, cubre todos los rincones y presenta sus mesas a lo grande, numerándolas como mesas de bingo, y rodeando un escenario que se engalana ante una cortina azul cobalto.

Llega el momento de pedir. Otra vez la dualidad. Hay que elegir entre dos primeros, dos segundos y dos postres. Uno no lo sabe, pero debe ser raudo y comenzar a cenar cuanto antes. El Show está a punto de comenzar. Un bocado, otro bocado. El primer plato comienza bajo la luz. De pronto se apagan las luces. Llegan los bocados a ciegas. Mirada al escenario. Aparece Kira. Pelo lacio y rubio. Sobria en la vestimenta. Acerca el micrófono a sus labios. Comienza a hablar, pero no habla. Kira dispara palabras. Es afilada, aguda, incisiva. Se dirige a las mesas. ¿Quién cumple años? ¿Por qué estáis aquí? ¿Hay alguien normal? ¿Despedida de solteras? ¿Te vas a casar, querida? ¿Me dejas sóla en el oficio, cariño? Kira es eso y mucho más. Usa el humor con descaro, con cinismo. Se ríe de sí misma. De sí mismo. ¿Cómo no va a reirse del mundo?

Kira alterna sus monólogos con el espectáculo de un cabaret. Aparecen bailarines como Alexander o Patrol. Su apariencia es masculina, pero ambigua. Sus movimientos son ballet, danza del vientre, glam, dance. Les siguen Wanda o Satanasa, reinas de un show donde la psicodelia y el colorido habrían reventado de placer las entrañas de Andy Warhol. Vuelve Kira. A veces habla. A veces, canta. No olvida el nombre de los que cumplen años. Ni su edad. Su memoria ha debido ser entrenada mientras trataba de recordar quién es realmente. Finaliza su espectáculo dando las gracias, y cantando a la libertad. La libertad de ser uno mismo. La paradoja de serlo a través del disfraz. Yo no tengo nada que ver con su mundo, pero reconozco que, desde que la vi en el escenario, la admiro. Vaya si la admiro.

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