Decir NO puede ser un SÍ a otra pregunta.
Yo digo NO. Que gracias, pero NO. No llevo suelto para el peaje.
Edito, a 05/08/2008. He defendido mi NO.
El Último Vuelo de Icaro
Hace 10 años
Margot y la Boda, de Noah Baumbach, comienza en el interior de un tren que no sabemos a donde va. La cámara acompaña a un adolescente a lo largo de los pasillos de un vagón. Tras equivocarse de asiento, acaba reuniéndose con su madre, a la que explica entre risas su despiste. Éste sencillo pasaje es el comienzo de un viaje del que desconocemos su destino real, hasta que lo encontramos en el metraje algún tiempo después.
en las visitas. Entré, claro que entré. Primero en la Catedral, donde sus vastas dimensiones se me hicieron pequeñas en comparación con su belleza. La recorrimos por fuera y por dentro, hasta dar con sus enormes pilares y sus arcos imposibles. En la capilla, el Sol entra con timidez, por las vidrieras, sin suplantar lo que guardan las velas y la oscuridad. Nos detuvimos frente a santos y coronas de oro; frente a Cristo crucificado sobre una Virgen que llora; frente a los portadores de las que dicen ser las cenizas de Colón. Y recorrimos escaleras para subir a la Giralda. Y sonaron las campanas, dando la hora. Y nos asomamos a ver Sevilla. Y la vimos, pintada de blanco, verde y marrón. Y acabamos en el Patio de los Naranjos, donde parece digno decir adiós.
ázar tiene jardines que no deben ser vistos bajo un sol cegador. Es legado árabe y del detalle, lleno de estancias donde los arcos esconden recuerdos de algún lejano sultán; pero también es herencia cristiana, con patios donde los caballos se arrodillaban bajo mando real. Vimos chorros de agua rompiendo un paisaje donde asfixiaba el calor. Recorrí sus jardines con apatía, sin saber que las 5 de la tarde de una jornada de julio es terreno prohibido en la cálida Andalucía.
El camino se acababa y, con él, el parque. De pronto, dar un paso significó ganarse el siguiente. Algo había a lo lejos. Era una fuente elevada en medio de un círculo enorme, con grandes templos al fondo y rojas arcadas delante. Era la Plaza de España, rojiza en el muro, gris en el suelo, y con el trote de los caballos como música principal. Era el país dividido en ciudades que abandonan su grandeza para ser pequeños bancos en que sentarse, pequeños dibujos que observar y pequeños nombres que contemplar. Me dediqué a caminar, a sentarme en mi Barcelona, a entrar en sus recovecos, y a respirar el primer perfume que me ofreció Sevilla en frasco de cristal.
Un desvío nos hizo llegar hasta el cauce del río. La noche asomó en ese momento, y llegó el turno de dar las gracias. El Guadalquivir nos sorprendió, y apareció elegante y plateado bajo la noche, y no brillante y cansado bajo el altivo Sol. Me detuve, y vi que los puentes eran coronas en la enorme melena del río. Que las aguas reflejaban las luces de la ciudad. Me fijé en los matorrales, en las sombras, y en el invisible volar de su brisa perfumada. Llegaron la Maestranza y sus olés. Llegó la Torre del Oro, con su ocre, sus cañones y su graciosa robustez. Llegaron las palmeras, las sombras de la noche, y el eco de algún poema escrito en las orillas del río andaluz.Collateral dejó en nuestro recuerdo una historia imposible. Un hombre recorrió en metro la ciudad de Los Ángeles varias veces, sin dejar su asiento. Nadie se extrañó. El hombre había muerto. Hoy hemos descubierto la siguiente noticia:
"Una mujer muere en un hospital tras 24 horas esperando que le atendieran"
La humanidad. O miles de millones de seres cuyas miradas suelen perderse en los espejos.
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