sábado, 12 de julio de 2008

El Alemán

Empezaba el barbero a cortarme el pelo cuando un hombre entró en la peluquería. Era alemán, pero de los de tópico y chiste fácil. Rubio y con la piel más roja que los mofletes de Heidi. El barbero y él se conocían. No mucho, pero lo suficiente. Empezaron a intercambiar palabras en un castellano que se tornó difícil para el germano. La conversación giraba sobre pollo asado, patatas y similares. El barbero insistió en que el pollo se come con patatas. Es una filosofía. Pronto llegó la esposa del individuo. Unos treinta y cinco, buen bronceado y mucha conversación. La charla pasó a ser cosa de tres. Yo, en silencio. Pusieron a caldo a la solterona del estanco. "Se le pasa el arroz", dijeron. "No es tu tipo, ¿verdad cariño?" . "¿Cómo? ¿Tipo?"

De pronto, el alemán sorprendió al personal, se levantó, cogió la escoba y empezó a barrer. Como lo oyen. Barrió mis pelos, esos que comenzaban a ensombrecer el suelo de la peluquería, con estilo y convicción. "Tómate un café", le dijo el barbero. Tal vez no lo entendió. Me incorporé a la conversación. Un hombre que barre mis pelos merece que le dirija la palabra. Hablamos de fútbol. La mujer se defendió. Soltó nombres a diestro y siniestro para demostrar que sabía de qué iba el tema. El alemán cogió su cámara de fotos. No miento. Le hizo una foto al barbero y creo que fui daño colateral. Con el corte de pelo acabado, dije adiós. Encantado.

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