miércoles, 30 de julio de 2008

El Viaje de Margot

Margot y la Boda, de Noah Baumbach, comienza en el interior de un tren que no sabemos a donde va. La cámara acompaña a un adolescente a lo largo de los pasillos de un vagón. Tras equivocarse de asiento, acaba reuniéndose con su madre, a la que explica entre risas su despiste. Éste sencillo pasaje es el comienzo de un viaje del que desconocemos su destino real, hasta que lo encontramos en el metraje algún tiempo después.

Margot y la Boda bien podía haberse llamado Margot y su Hijo. O Margot y su Hermana. O Margot a secas. El devenir del personaje encarnado por Nicole Kidman marca los tiempos de una película en la que todo aparece manchado de un tono oscuro. Su relación con el resto de personajes siempre viene marcada por algo, llámese obsesión, ambigüedad, intensidad o desconfianza. Es la siniestra sonrisa de las miserias, que vemos al caer a la piscina con el hijo de Margot. El joven parece hundirse sin conocimiento hasta que, al abrir los ojos, se ve a sí mismo arrastrado hacia el fondo, momento en el que, junto al desagüe, atisba la imagen de una rata muerta. Es ahí donde el viaje se define como un pasaje hacia lo pantanoso, hacia los terrenos más insoportables de las relaciones humanas, y hacia un complicado terreno en el que a veces no apetece mirar.

Hay signos de desequilibrio en Margot, de conformismo forzado en su hermana, de mediocridad y turbación en su cuñado, y hasta de autismo consentido en su hijo. Podría seguir, pero no es necesario. Crucen lo que les acabo de decir en unos días juntos, sumen rencillas del pasado, y echen su mente a volar. Margot y la Boda junta a personajes capaces de escalar un árbol y no bajar de él, mostrando que hay viajes de los que es imposible regresar. Es gente que vive el día a día mientras se pregunta si acepta su fracaso, si lo mejor del día es aceptar lo que te ha venido, masturbarse en la soledad de un lecho, escribir cartas como trabajo, o talar un árbol que molesta al vecino.

Baumbach encara la propuesta con fuertes filtros. Uno oscurece el tono general, mientras el otro enfoca con amarga ironía. El resultado es una película difícil para todos. Para quienes la viven y quienes la ven. Es un viaje, otro más que deja a Arquero Urbano como una guía de destinos que no conocemos. Cierro los ojos. Veo a Nicole Kidman corriendo sin aliento tras un autobús. La veo subir y sentarse. Veo a su hijo indiferente, con la cara del que sabía lo que iba a pasar. Ya con la pantalla oscura, vuelve a mí la asquerosa imagen de la rata, hasta que pienso que, tal vez, la estén empezando a dejar atrás.

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