sábado, 8 de septiembre de 2007

Death Proof


Fetichismo

Tarantino es fetichista. No se entendería Death Proof sin imaginar a su director devorando, sin parar, imposibles persecuciones entre diablos de la carretera. De hecho, no se puede concebir la filmografía de este curioso personaje sin una pasión desmedida por el cine.

No es casualidad que Tarantino otorgue uno de los personajes a una especialista en escenas de riesgo como Zoe Bell (doble, entre otras, de Uma Thurman en Kill Bill), ofreciendo una oportunidad a uno de esos rostros que siempre son ignorados por el objetivo de la cámara. Tampoco lo es que la fotografía de la película ofrezca contrastes tan evidentes como la mala calidad de las primeras bobinas, el blanco y negro, o la incursión final en el Technicolor. Todo forma parte del rescate de la esencia de un tipo de cine que, según Tarantino, no debería haber desaparecido jamás. Esa era la naturaleza del Proyecto Grindhouse, el imposible intento de Tarantino y Robert Rodríguez por sacar del olvido las dobles sesiones de cine que, escondidas bajo el velo del cine cutre y de bajo presupuesto, ofreció memorables tardes de diversión sin remilgos.

Aspectos como los ya comentados habrían convertido a Death Proof en un sugerente homenaje al cine del cual bebe. A pesar de ello, la presencia de Tarantino la convierte en una obra en sí misma.


Riesgo

Tarantino arriesga. Hay quienes le acusan de hacer siempre lo mismo. Hay quienes le tachan de acomodaticio. Hay quien le reprocha que su cine no aporta nada. Algunos incluso dicen que no habla de nada. Sin entrar a fondo en dichas valoraciones, que para nada comparto, Death Proof representa, en mi opinión, el retal de un proyecto en sí mismo que trata de rescatar muchas de las esencias más primitivas del cine, en uno de los momentos más pedantes y mediocres que el séptimo arte haya vivido.

El personaje de Kurt Russell es el enésimo fracasado con sangre de venganza que filma la cámara de Tarantino. En esta ocasión, y por razones que más vale la pena no imaginar, su medicina, es perseguir a chicas jóvenes a los mandos de su viejo y aterrador vehículo. Su enfrentamiento con el género femenino constituye una nueva muestra de elementos cada vez más comunes en las películas del director de Tennessee. Las mujeres de Tarantino son malhabladas, duras, promiscuas y vengativas. Es evidente que, al cruzarlas con el género masculino, las convierte en ganadoras. La venganza de Russell toma forma de disparo aniquilador. La de Rosario Dawson y sus amigas, de intensa y prolongada degustación.

Otro aspecto a resaltar es la contundencia y fiereza de las imágenes. Prescindir de elementos digitales ha llevado a Tarantino a presentar sus persecuciones con toda la fuerza y violencia que es capaz de captar una cámara. Death Proof no tendría sentido con un ordenador haciendo el trabajo. Death Proof debía tener coches, especialistas, mala leche y un director con un par de narices.

Death Proof es, pues, una de las opciones más recomendables que presenta la cartelera actual. Rescata la esencia de un género olvidado, bajo el inconfundible sello de Tarantino. Diálogos eternos llenos de brillantez, violencia, carga sexual, y mucho, muchísimo talento.

Ángel


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