martes, 11 de septiembre de 2007

Las Dos Caras de Iwo Jima

La Isla de Iwo Jima pasó a la historia como uno de los dramáticos iconos que dejó tras de sí la Segunda Guerra Mundial. Americanos y japoneses libraron una batalla que se saldó con la victoria de los primeros, pero con un saldo de bajas que superó los 20.000 efectivos en ambas filas. Tan señalado episodio sirvió a Clint Eastwood para trasladar a la gran pantalla el enésimo acercamiento del cine americano al papel de los suyos en tan cruenta guerra.

Eastwood opta por el ambicioso ejercicio de presentar un episodio bélico bajo dos prismas totalmente diferentes. Comparándola con referentes más o menos cercanos, podemos decir que su propuesta se aleja de la poesía de Malick, la espectacularidad de Spielberg, o el patriotismo de Michael Bay. A diferencia de ellos, Eastwood apuesta por una estructura bicéfala, elaborando dos películas que acaban golpeando la propaganda americana y redimiendo al eterno enemigo.


Banderas de Nuestros Padres

En este primer episodio, el punto de partida es una de las fotos que sobrevivieron el fin de la Segunda Guerra Mundial. La instantánea muestra a un pequeño grupo de soldados plantando una bandera estadounidense sobre el monte Suribachi, instantes después de haber escalado hasta la cima del corazón de la Isla de Iwo Jima. Alrededor de este momento, Eastwood construye una incisiva crítica hacia la utilización populista y moral de la propaganda bélica, que concluye, como no podía ser de otro modo, con la transición de los héroes aparecidos en la batalla hacia seres tan olvidados como los propios caídos.

Más que en el sinsentido de la violencia, el director de San Francisco se centra en el clima político que envolvió a Estados Unidos ante lo que se anunciaba como el ocaso de la Guerra. Así, la cámara de Eastwood enlaza con el presente y muestra un país con imperante necesidad de seguir financiando sus campañas militares. Para ello, todo vale. Desde pasear a sus ¿héroes? por todo el país hasta mentir sobre la naturaleza del icono utilizado. El objeto es crear referentes, expandir el patriotismo y, cómo no, conseguir dinero.

Tildando el film de básicamente político, no vamos a decir que la mirada de Clint Eastwood rehuya la batalla. Obviamente, en el film hay sitio para recrear, de una manera más eficaz que deslumbrante, la invasión de la Isla. No faltan los estereotipos. Ni en la lucha ni en la propaganda. Desde el valiente sargento incapaz de abandonar a los suyos, que encarna Barry Pepper, hasta el soldado indio Ira Hayes, que desafía el heroicismo del que le quieren rodear los suyos bebiendo y llorando, para tratar de curar, en vano, la profunda cicatriz de la Guerra.

Algo apagado, a medio camino entre el desangelo y la contención, pero sin evitar ciertos tics propios de estas películas, Banderas de Nuestros Padres funciona como elemento de denuncia, pero acaba, mal que nos pese, como un nuevo intento del cine americano por presentar disculpas al resto del Mundo.


Cartas desde Iwo Jima

Distinto en su concepción a Banderas de Nuestros Padres, el enfoque del episodio de Iwo Jima desde el lado japonés se erige en un valiente (que no temerario) intento por parte de Eastwood de rescatar los cautivadores códigos de honor del Imperio del Sol Naciente. El retrato del coronel Kuribayashi, sin ir más lejos, podría pasar (sin el filtro adecuado) por un documento firmado por un artista nacido en Japón.

El contraste que se produce entre este film y su hermano gemelo produce transiciones tan estimulantes como la de los soldados japoneses. Quienes se esconden como lobos hambrientos en Banderas de Nuestros Padres, sin mostrar su rostro a la cámara, son retratados en cuerpo y alma en un apostólico acto de redención. Lejos de quedarse en retratista, Eastwood usa su cámara para penetrar en códigos inquebrantables, tan lejanos y difíciles como hipnóticos para la cultura occidental. Tal vez se trate de un ejercicio pretencioso, pero el director sabe donde pisar el freno. Penetra hasta donde puede, y es por ello que la corrección y solidez (porque si algo es esta película es impecable) del film jamás corre peligro.

Cartas desde Iwo Jima avanza desde los contrastes. Los hay en las filas propias y las enemigas. Las primeras, por ejemplo, muestran el choque entre aquellos que han bebido de otras culturas, y que son capaces de ejecutar un plan militar que convierte la victoria americana en un premio pagado a muy alto precio; y los integristas de la Corona, siempre incapaces de negarse a una muerte digna si con ello salvaguardan su honor. Japón sabía que caería, pero vendió muy cara su derrota. Resistieron tanto, que alguien acabó dando el "Ok" a las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Las diferencias hayadas hacen pensar que Eastwood no busca héroes, ni siquiera villanos entre los combatientes, pero sí dejar claro que en un batallón, como en cualquier parte, hay de todo. Baste comparar la muerte de Shimizu y el perdón recibido por Saigo, en sendos encuentros entre ellos y las tropas americanas.

Sería arriesgado tildar a esta película de homenaje. En definitiva es, simplemente, la otra cara de una moneda que Eastwood ha querido acuñar entera y mostrarla así al mundo. Ambas películas cumplen con lo previsto. Resaltan las aristas de los distintos Gobiernos mientras buscan dibujar un digno final para quienes cayeron en tan lejana y cruda batalla. Son tantos los films que ha dado la Segunda Guerra Mundial que cuesta ser agradecido con las nuevas entregas. Tal vez la lógica de estas películas sea distinta y haya que pensar, simplemente, que hay voces en América que aún creen necesario seguir pidiendo perdón.


Ángel

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