domingo, 9 de diciembre de 2007

Alicia en el Pais de los Horrores


Es difícil recomendarle a alguien que emule a la Alicia de Lewis Carroll, cruce al otro lado del espejo y se sumerja en las perturbadoras aguas de Tideland. Podría ser sutil, y disfrazarles la realidad, o hacer como Terry Gilliam, y abrir mi intervención contándoles desde el principio lo que van a ver.

Uno de los primeros planos de Tideland muestra a la pequeña Jeliza-Rose preparando un chute de heroína para su padre. Lo hace con cariño, con mimo, pensando que está ayudando a papá, dándole su medicina. Esta escena, aparentemente inaceptable, sirve para entender que Tideland es, por encima de todo, el enfrentamiento de una niña con el siniestro mundo que la rodea. Más que apartar la vista (reacción común ante un espectáculo incómodo y exigente), el espectador tiene la opción de realizar un ejercicio de empatía, viajar al pasado, y mirar a la realidad a través de los ojos de una niña de 9 años. Si aceptan ver Tideland, pregúntense qué habría sido de ustedes de quedarse solos en el mundo sin entender la muerte y la maldad, y con su inocencia e imaginación como únicas armas para sobrevivir.

Gilliam, uno de los grandes maestros vivos a la hora de tantear los prejuicios y límites del espectador, vuelve a plasmar en pantalla un imaginario lleno de metáforas y simbolismos. Cada plano es, por encima de lo estético (aunque Tideland sea una película tan siniestra como hermosa) y lo evidente, una oportunidad para mirar más allá y encontrarse con un manual de riqueza, dobles lecturas y magnetismo. Tideland está llena de situaciones extremas, que rayan peligrosamente la pedofilia, la necrofilia y el exhibicionismo, pero que, una vez pasado el susto inicial, se revelan como algunas de las más sensacionales escenas que servidor haya visto en los últimos años.

Tideland es hogar para la convivencia de los extravagantes personajes de este perturbador cuento para adultos. Ni Dell, la macabra bruja que sobrevive a sus penas disecando a sus seres más queridos, hasta Dickens, un retrasado mental al que da vida un inspiradísimo Brendan Fletcher, pasarían un casting para engranar una película de Walt Disney. Todos son víctimas de sí mismos y de la soledad que les rodea, y aparecen en la vida de Jeliza para acompañarla en la gran aventura de enfrentarse sola al mundo siendo niña. El camino que va desde el desconcierto inicial hasta la compasión y la ternura. Pese a su innegable genio, estoy seguro que el fenomenal director reconocería que poco podría haberse hecho sin la magnífica composición de un magnífico reparto, liderado por una Jodele Ferland que, con escasos 9 años, completa una brillantísima interpretación, llena de matices, compromiso y muchísimo talento.

Si algo hay que agradecerle a Gilliam es su sinceridad. No camufla la crudeza de su obra, pero la llena de detalles para aquellos que los quieran ver. Si tildé de soso su acercamiento al mundo de los hermanos Grimm, no puedo más que definir como magistral esta pequeña maravilla llamada Tideland. Película para aquellos que, como Jeliza-Rose, se sintieron solos algún día, y taparon las grietas de la realidad bajo kilos y kilos de maquillaje.

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