domingo, 2 de diciembre de 2007

Todo o Nada

Despego por un momento la vista del ordenador. Sobreviene a mi mente la imagen del currante que, sobre en mano, acude al bar a jugárse el sueldo a Todo o Nada. Su mirada es la mía, igual de perdida y expectante. Ambos pulsamos una tecla con esperanza. Hay dinero de por medio, y un virus avanzando sin cesar. Quiero ganar. Estoy en racha. Tengo una corazonada.

Todo empezó una tarde. En plena crisis de identidad y búsqueda de escapadas varias, me dio por visitar una página de apuestas. Dudé si registrarme o no. Dudé tanto que no lo hice. Volví un par de días después. El ingreso mínimo son 10 €. La apuesta mínima, 0,50. Poco dinero. "Como echar la quiniela", decía para mis adentros. El truco -pensaba- es mantener el control. Así que nada, empecé a apostar. La mecánica era sencilla. La página, sencillamente embaucadora. Todo a lo grande, veloz, con volumen y la sensación de ser muchos tras el monitor, cambiando el sentido de las apuestas sin detenerse. Con cierto autocontrol, ganar hasta parece sencillo. ¿Y saben qué? Que gané. Y gané bastante.

Recuerdo aquella semana. Realizaba apuestas sin parar. Parecía poseído por la Diosa Fortuna, pues cada euro que me jugaba significaba victoria. Fue tal la sensación y la racha, que me creí invencible. Superé los 300 € de ganancia. No podía creérmelo. "Debería dejar de trabajar y dedicarme a esto" -decía yo a mis amigos, supongo que bromeando-. Tuve un ataque de sensatez, y me guardé 200. Seguí jugando, a sumar otros 300. Era imposible que no me tocaran. La pregunta era cuándo los tendría. Yo no veía apuestas, sino victorias. La posibilidad de perder, en mi caso, era inexistente.

Un día dejé de ganar. Los euros jugados ya no significaban victoria segura. Las derrotas me eran indiferentes. Si perdía una apuesta, entraba otra vez con ánimo de venganza. "Ahora me juego el doble y recupero lo perdido." Siempre iba a las apuestas que me daban dinero. Fútbol, minuto 85. Apuesto a que no hay más goles. Minuto 91, y estalla un sonido diabólico desde la página. Acabo de perder 10, 20 o 30 euros. "Da igual. Era un dinero que no tenía. Puedo seguir arriesgando hasta el final" Y seguía. Y cuando dejaba de tener dinero, tiraba de tarjeta, y llenaba el depósito de nuevo. Lo que fuera con tal de seguir apostando, recuperar mi suerte y sentirme, de nuevo, invencible.

Un día, llevaba 100 € acumulados. Me dio por apostarlo todo a lo que, a priori, parecía sencillo. Sí, he dicho todo. Era un partido de tenis. Iban 6-2; 4-1. Entré para apostar que la jugadora que iba ganando ganaría el segundo set. Cerré la página. Algo que hacía para protegerme, como si el hecho de no ver me diera más posibilidades de ganar. "Si no miro, seguro que no lo gafo". Entré un cuarto de hora después, sin miedo. De pronto, noto una sacudida. Van 4-5. "No puede ser. Es imposible. ¡Si soy invencible!" Salí corriendo al comedor, eché a mi familia para ver el partido por televisión. 5-5. Me levanté, sudoroso. Me notaba nervioso, casi fuera de mí. Sufrí como pocas veces en mi vida. El partido llegó a la muerte súbita, con 6-6. Estuve a muy poco de perder los 100 €. Tan cerca estuve, que a veces cerraba los ojos para no mirar. Hacía fuerza con todo, evitando que una bola perdida se llevara mi dinero por delante. Finalmente, gané. Sentí alivio, pero no alegría. Sentí preocupación. Aún no era tarde. El fantasma de la ludopatía llamaba a la puerta para ponerme en mi sitio. "O te detienes ahora, o no habrá marcha atrás"

Esta es una historia que no debe continuar. Parte de ella es ficticia. Esa no me preocupa. La preocupante es la real. Aviso a navegantes. Ojo con las casas de apuestas. Siempre hay espacio para la derrota.

Ángel

No hay comentarios: