lunes, 23 de junio de 2008

Rajoy: Jaque al Rey

Las últimas elecciones generales pintaron un escenario político en el que el Partido Popular, tras sufrir su segunda derrota consecutiva, quedaba expuesto a una guerra de poder, un polémico posicionamiento, y un incómodo aislamiento en la vida política. La figura de Mariano Rajoy, líder político del partido, quedaba seriamente dañada. Se le empezó a acusar de mal gestor, de haber acabado un ciclo, de haber fracasado. Hacer balance a nivel interno implicaba reconocer que no todo se había hecho bien. Pronto se planteó una disyuntiva, que dividía los motivos de la derrota en dos versiones,

A - Fin de ciclo, sin definir el ciclo por cierto (¿El de Rajoy o el de Aznar?)
B - Posicionamiento erróneo (O la ocupación de la derecha entregando el centro)

España, como ya hemos comentado en alguna ocasión, alberga un electorado cuyas proporciones no están todo lo definidas que requeriría un juego con cartas marcadas. Teniendo clara la existencia de votantes de izquierda y derecha que dificilmente cambiarán su voto, se abre una guerra cuyo objetivo es el electorado de centro. El centrista toma una decisión que puede depender de detalles, y que le define como un ser más cómodo en la moderación que en el extremismo. Quien hizo esta lectura pudo concluir que uno de los errores más evidentes de la última etapa del Partido Popular fue el uso de un tono excesivamente extremo en sus planteamientos. De moderación a radicalización. Del centro a la derecha. Sin matices. A cara descubierta. ¿Sirve eso para fidelizar? Sí. ¿Sirve para ganar unas elecciones? Difícilmente.

La derrota de Rajoy fue clara, pero no humillante. No lo suficiente como para venir seguida de una dimisión irrevocable. Hubo quien le esperó con el disfraz de chacal, pero Rajoy sorprendió al personal, aguantó el envite, y desafió a históricos de su partido al apostar por un cambio de tono como solución al fracaso electoral. El gallego insinuó nuevas líneas maestras: un partido más abierto, menos crispado, más moderado. En definitiva, más dispuesto al diálogo y menos a la batalla. Ello implicaba acercamientos, y acercarse a todos no fue bien visto. ¿Nacionalistas, socialistas, una mesa y dialogar? ¡Jesús!

El giro del partido y la previa lectura de la derrota pusieron en tela de juicio la labor de algunos nombres. Cuadro de honor para Acebes y Zaplana. La situación trajo nombres a los que esperábamos con impaciencia. Esperanza Aguirre tomó el mando público de la oposición. Planteó, de forma subterránea, una alternativa liberal, vistiendo de ruego democrático lo que para muchos era ambición. Pidió un proceso (legítimo, para qué negarlo) democrático para elegir al nuevo líder del partido. Órdago grande, que Rajoy ha ido liquidando para perpetuarse como cabeza de un partido que, a pesar de no cambiar de líder, ha cambiado de vestido. Le bastó con pedir que dieran la cara, que se presentaran, que buscaran avales, para apagar el fuego. Al menos, por el momento.

Rajoy, que sale de ésta sorprendentemente fortalecido, abre una era que, sobre el papel, lleva al PP a caminos que nunca debió abandonar. Si es el regreso al centro, España está de enhorabuena. La misma España que, no nos engañemos, ofrece, con su incipiente crisis, una inmejorable oportunidad al partido de Rajoy para volver al poder dentro de cuatro años. Si Rajoy impide fugas carismáticas como la de Esperanza Aguirre (que ha quedado tocada), y retiene al electorado que vota al Partido Popular por ser el Partido Popular, podrá vanagloriarse de redondear una jugada en la que, por encima de todo, ha buscado un jaque al rey; el fin de un fantasma que le ha acompañado durante ocho largos años, y que lleva el nombre de un José María Aznar que debería subir a un tren hacia el olvido que merece.

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