domingo, 25 de mayo de 2008

En Busca de Indiana Jones

La primera escena de En Busca del Arca Perdida mostraba a tres hombres de espaldas, adentrándose en la selva amazónica, en lo que parecía ser la búsqueda de algo. La cámara, selecta y caprichosa, usurpaba el rostro de dos de ellos, pero dejaba el del líder de la comitiva a buen recaudo. Sólo veíamos lo que Spielberg quería mostrar. El reverso de un aventurero. Su sombrero. Su látigo. Su decidido caminar. ¿Quién era ese hombre? Lo supimos cuando desaparecieron las sombras, cejó la resistencia, y el misterio se hizo rostro. Comenzaba un mito. Era Indiana Jones.

Casi veinte años de descanso son muchos. Incluso para Indiana Jones. El regreso del arqueólogo al cine se ha visto afectado por demasiados factores. Demasiadas expectativas. Demasiadas noticias. Demasiado dato por contrastar. Así, su cuarta aventura vivió mucho antes de tener vida. Estaba en nuestras cabezas, en los textos de los críticos. Que no nos falle Indy, decían algunos. Que rescate al cine de aventuras como hizo siempre con sus reliquias. Es el error del que se pierde el encanto de una tercera cita por creer que será igual que la primera. Es la paradoja del poeta. La dama vendrá vestida de otra forma, cambiará la conversación, no sorprenderá como el primer día, pero la reconocerá y se dará cuenta que sigue siendo ella.

No quiero confusiones. No voy a ser condescendiente porque sea Indiana Jones. Reconozco que esta entrega es imperfecta. Tal vez sea falta de peso en el guión. La historia, que no desvelaré, está lejos de la consistencia de las búsquedas del arca o el santo grial. Incluso hay algún exceso, tirando al final, que en nada la beneficia. Falta también algún aditivo. Supongo que es el recuerdo de Sean Connery. El escocés, haciendo de Henry Jones Senior, es uno de los mejores secundarios que ha dado el cine de aventuras. Sería injusto agarrarse a ello. Aquí están la flor y la nata del cine actual. Está el prometedor Shia LeBeauf, opositando a coger el relevo de Ford. Está John Hurt, tirando de oficio y comedia. Y Cate Blanchet, tan mala como irresistible.

En honor a los que aman a Indy, diré que En Indiana Jones y El Reino de la Calavera de Cristal hay nostalgia. Hay labor de arqueólogo para el espectador. Busquen la esencia de la saga. La nostalgia arranca en una poderosa estética de cine clásico, y termina en matices imposibles de despreciar. Alguno estará tentado a pensar que la película funciona por detalles. Por ser Indiana Jones. Yo sonreí demasiado. El plano del Arca Perdida. Ford reencarnando a su padre, mientras asiste con gesto serio a los excesos del joven Mutt. El encanto de Marion. El omnipresente sombrero. Y, sobretodo, esas escenas imposibles, que uno querría que no terminaran nunca, en las que Indy y los suyos, pase lo que pase, se las ingeniarán para vencer a los malos y arrancarnos una interminable sonrisa. Ese es el sentido de esta entrega. No es más que la nueva aventura de un héroe que, para desgracia de sus detractores, vive en la más lujosa mansión de los sueños del celuloide.

2 comentarios:

imaginauta dijo...

¿Y no te sobró alguna escena como la de la bomba atómica? Es que a mi me pareció gratuita y ridícula. Supera cualquier límite de suspensión de la realidad sobrevivir a una explosión nuclear metido en una nevera.

Linkk dijo...

¿Puedo ampararme en la libertad creativa para justificar su presencia? Supongo que es un guiño histórico, para introducir la psicosis nuclear que había en el momento en que se desarrolla la película.

Obviamente, su resolución es exagerada, pero convendrás conmigo en que hay mucho en la saga que también lo es (El sendero de Dios, sin ir más lejos). ¿Que aquí se desafían leyes físicas y en aquel momento se justificaba bajo milagro? Cierto.. El cine al servicio del héroe, supongo.

Saludos amigo.