domingo, 14 de octubre de 2007

Monstruos y Princesas


La carrera de David Cronenberg define a un autor obsesionado por penetrar en los infiernos más recóndidos del alma. Tal obsesión le ha llevado a recorrer caminos tan profundos como perturbadores, a marcar un estilo casi extremista, y a ser, por derecho propio, uno de los grandes cirujanos que ha dado el Séptimo Arte. El aparente cambio de estilo que ha trazado el director canadiense al rodar Una Historia de Violencia, y Promesas del Este hace posible la pérdida de un hilo que me parece esencial para entender estas dos películas : Cronenberg es un autor cuyo cine ha mirado, mira y mirará dentro del ser humano hasta las últimas consecuencias.

Dejando a un lado su magistral predecesora, y centrándonos en lo que nos ocupa, creo que es trabajo del espectador emular al propio director y mirar más allá de lo que tiene delante. Promesas del Este parte de la desgracia de una inmigrante ucraniana en pleno Londres, y recrea una triste y desesperanzadora fábula, en la que la monstruosidad humana y la irreversibilidad de los actos copan el discurso del director. Usa Cronenberg un estilo frío y distante, donde sexo y violencia son filmados con indiferencia, sin coreografías, tirando de crudeza y aplicando la misma normalidad que en una comida familiar.

Cronenberg aprovecha el film para lanzar una mirada sobre las prácticas de la mafia rusa, que controla el tráfico clandestino de mercancías, protege su modo de vida, y ajusta cuentas con la determinación de siempre; todo ello mientras se detiene en la mirada que emerge desde dentro (Viggo Mortensen), y desde fuera (Naomi Watts). Promesas del Este transcurre en Navidad, con Londres como gélido escenario. Allí, Armin Mueller-Stahl es Semyon, un Vito Corleone bañado en vodka helado, que, refugiado en su implacable código ético, protege secretos mientras se muestra incapaz de delegar en su hijo Kirill, príncipe caprichoso y desviado al que da vida un convincente Vincent Cassell.

Viggo Mortensen vuelve, tras Una Historia de Violencia, a rodar con David Cronenberg. En esta ocasión, repite al ejercer de personaje bipolar, que actúa como héroe y redentor en la sombra, mientras sacrifica un alma ya vendida con antelación. Su rol como protector de Cassell y Watts nos confirma que el actor neoyorkino sigue creciendo, cada vez más cómodo en papeles de compleja definición moral, y que empieza a consolidar su nombre como uno de los más importantes del panorama actual.

Naomi Watts, por su parte, adopta la mirada virgen e inocente que, desconcertada ante la presencia de un mundo tan desconocido como diabólico, e incapaz de arrodillarse ante un enemigo superior a ella, busca ser salvada y salvadora ante las fauces del mal. El recuerdo de Tatiana, joven desgraciada que, desde su ausencia, marca el desarrollo del personaje de Watts y de la película, sirve, a través de un diario y una recién nacida, para cruzar el bien con el mal. La adolescente deja tras de sí un doble testamento: el recuerdo de miles de princesas destronadas y vejadas, que abandonaron sus tierras por promesas que resultaron ser trampas mortales; pero también el de las herederas que, con la ayuda de un ángel salvador, acaban dibujando la sonrisa en tan desesperanzadora realidad.

Cronenberg retrata monstruos y princesas que no lo parecen, mostrándose maduro y austero en el retrato, pero implacable y profundo en su enésima búsqueda del trasfondo del ser humano. Siendo uno de los pocos cineastas que merece el título de autor con mayúsculas, bien merece la pena fijar la vista y buscarle por todos los rincones de la película.

Ángel

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