A medida que avanzamos por Queens, la esencia sumó una letra y se esparció en los mil colores que emana América Latina. Los latinos suman en Nueva York una comunidad que supera los cuatro millones. La mayoría, encontró casa y patria en Queens. Allí, hay barrios donde hay calles, tiendas y comida. Nada de streets, shops and food. Son barrios llenos de azul y amarillo; de rojo y verde. Allí hay picante y sabor; música y color. El guía, colombiano, elevó su voz en grito, y proclamó que nadie como los latinos. "Salgan, sigan el rastro, y degusten una empanada". Les diré algo. Eran las 12, el estómago rugía, y nada como una empanada. No era USA. Era Colombia, Perú, o México lindo. Un detalle más. Queens también tiene equipo de baseball: Los New York Mets. Pasamos al lado del Shea Stadium. Es la casa donde batean Castro, Delgado, Castillo y Hernández. Comparten con los Yankees logo y color azul, pero donde había blanco, hay tono anaranjado. Y nada de "Come on!". En Queens el grito de guerra comienza por "¡Vamos!"
Dejamos Queens, para aterrizar en Brooklyn. Entre todas las leyendas, el guía eligió la de los judíos ortodoxos. Me lo cuentan, y no me lo creo. En Nueva York habita una Comunidad que ha plantado cara al discurrir del tiempo, y que ha grabado sus leyes en los rostros de la gente. Recuerdo a los judíos, vestidos de negro, ataviados con sombrero, largos chaquetones y camisa abotonada hasta el cuello. Recuerdo su extraño peinado, con poco pelo en el centro, y largas trenzas en los lados. Les recuerdo mercadeando en plena calle, y construyendo casetas de madera, anunciando tiempos de rezo y clausura para todos. Lo que no recuerdo es su mirada. Siempre la escondían de nuestro alcance. Tal vez sea una forma de pedir respeto, y de decirle al visitante que está atravesando Tierra Santa. Ni les conozco ni les juzgo. Decidieron vivir en otro Mundo; en otro Tiempo. Que así sea.



Comenzamos la tarde paseando por calles ya conocidas, mientras nos acercábamos a uno de los símbolos de Nueva York: El Puente de Brooklyn. Ya se lo dije al principio de este relato. Hay puentes que unen mundos, como éste. Nosotros llegamos desde Manhattan, atravesamos sus enormes arcos, y tomamos posición en el centro para ser sorprendidos por el atardecer. Allí nos acomodamos, y elegimos matar el día disfrutando del mejor mirador de Manhattan. Hay mucha belleza en este mundo para el que se molesta en observar. Observamos serenos, dejando pasar las horas, hasta que el Sol se despidió de nosotros, sumergiendo a Manhattan en el cálido baño de los últimos rayos; tiñendo de rosa el horizonte, y oscureciendo Brooklyn. Curiosa manera de repartir las cartas, ¿No creen?

Ángel.
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