jueves, 4 de octubre de 2007

Surcando los Cielos

De repente.. Un extraño. Como un brote verde en medio del cemento, Central Park nace de muchas partes, extendiéndose como un pequeño bosque en medio de la ciudad. La parte norte permite plantarse ante la esplendorosa calma de la orilla este del Lago Principal. Allí, el inacabable suelo de las avenidas se tranforma en un deslumbrante juego de reflejos y transparencias, en el que el gran perdedor es el recuerdo de la propia ciudad. Avanzamos por el parque durante diez minutos, suficientes para respirar el aire más puro que habita en Nueva York, y volver a la Quinta Avenida, donde cogimos el autobús que nos llevaría a la parte Sur de la ciudad.

Nuestra negativa a comprar un bono nos llevó a especializarnos en la recolección de monedas de 25 centavos, con las que pagábamos los 2 dólares del pasaje. Ello provocaba que nuestra entrada en los autobuses viniera acompañada del armónico sonido de las monedas cayendo por el hueco dispuesto para ellas. Una vez dentro, ya de camino, coincidimos con un hombre de unos setenta años, natural de Madrid, que nos habló de las excelencias de la ciudad. Una voz a escuchar, teniendo en cuenta que visitaba la ciudad por tercera vez en lo que iba de año.

El final de recorrido nos dejó en la zona más bohemia de Manhattan. La componen Soho, Tribeca y Greenwich Village. Sólo los vimos de pasada, pero el paseo fue agradable. Son barrios con tradición, personalidad y un aspecto más añejo que la zona de Times Square. Nueva York aquí es pequeña, cercana y accesible. Algo huele a romanticismo. Tal vez sean los cuadros en la calle. Tal vez las terrazas. Aprovechamos la ocasión para degustar un Hot Dog en un puesto callejero. Sabor irresistible, americano, de salchicha ahumada por la ciudad, y bañada en ketchup y mostaza.

Fue la nuestra una mirada pasajera, que se detuvo en cuanto la ciudad volvió a ponerse en pie, mirando a través de la elegancia y el lujo de Wall Street. No lo he mencionado aún, pero nuestro destino era el helipuerto. Allí, teníamos cita a las 15:30 h para subir a un helicóptero y disfrutar de un breve paseo por los cielos. Al llegar, comenzó una larga espera, en la que nos dio tiempo a ir a comer, volver, hacer cola, ver un vídeo con instrucciones, y hasta a hacer comentarios sobre toda especie viviente que pasara por nuestro lado. En el momento de embarcar, una joven extranjera se unió a nosotros a bordo de la libélula mecánica. Dentro, todo era emoción. Cinturón y cascos en regla. Cámaras a punto. Despegamos.

Ver una ciudad tan vertical como Nueva York desde los cielos es una extraña experiencia. Se pierde el detalle y la sensación de vértigo. El helicóptero describía arcos lentos, haciendo del vuelo una experiencia más placentera que electrizante. El piloto hizo algún comentario, pero la visión era tan irresistible que la atención era escasa. Fueron 7 minutos, breves e intensos, en los que sobrevolamos la Estatua de la Libertad, y costeamos la parte sur de Manhattan. El vuelo acabó con el impecable aterrizaje del piloto, el aplauso correspondiente, y la hélice tratando, en vano, de borrar nuestros recuerdos.

Al abandonar el helipuerto, nos dispusimos a recorrer el camino inverso, para ganar tiempo, llegar al hotel, y acudir a una obra de teatro en el corazón de Broadway. Recorrimos caminos ya andados por la mañana, y aprovechamos para echarle un ojo a las pequeñas tiendas del Soho, y pasar de refilón por el racial y ruidoso Chinatown. El paseo duró hasta que las piernas y el tiempo dijeron basta, y acabamos cogiendo un taxi, no sin esfuerzos, en Lafayette Street. Coger un taxi no debería ser, en sí mismo, un hecho destacable. En Nueva York, sin embargo, merece capítulo aparte. Las avenidas, a pleno rendimiento, se convierten en los senderos de una selva donde los coches rugen; y la conducción, en una batalla campal en la que cientos de vehículos automáticos compiten por un sitio. El conductor neoyorkino no se permite el lujo de dudar. En cuanto ve algo parecido a un hueco, toma gesto desafiante, acelera, impone su coche, revienta el claxon de su adversario, y luego, si acaso, pregunta cómo va todo. Siempre es así. El pasajero, por el mismo precio, tiene trayecto y rally. Llegar tarde parece imposible. Lo milagroso es precisamente llegar.

Al llegar al hotel, faltaba poco más de una hora para la obra, así que tocaba aseo rápido, cambio de ropa y vuelta a la calle. Eran alrededor de las 19:40 cuando enfilamos Broadway. Llegamos al teatro, y no había cola. Un hecho sorprendente. Con 20 minutos por delante, nos dio hasta para hacernos una foto. Sin embargo, algo fallaba. Nos dio por revisar las entradas, y algo llamó nuestra atención. "19:00". ¿Conspiración? En absoluto. Nos habíamos perdido media hora sin despeinarnos. Entramos en el teatro, sin oposición de los vigilantes, que revisaron la entrada, debieron sonreir para sus adentros, y nos acompañaron educadamente hasta el interior.

Tuvimos que esperar al fin de una canción para ocupar nuestros asientos. El teatro era mucho más pequeño de lo imaginado, pero la cercanía del escenario, y su sabor a clásico e intimista le otorgaba un encanto abrumador. Estábamos en Broadway, una representación del cielo muy distinta a la que surcamos en el helicóptero. Era el sueño de bohemios y artistas de chaqueta desgastada, frío en los huesos, y sueños por cumplir. La obra desbordó talento, vida, color y esa desconcertante pero absoluta perfección del musical. No es este espacio de crítica, con lo que basta decir que "Chicago" nos hizo disfrutar, retó a nuestros ojos cansados, y nos transportó a otros tiempos, donde el cielo no era azul, sino un teatro de muchos colores, tablas de madera, y un telón que se abría y cerraba.

Murió la obra, y aún nos permitimos la licencia de cenar en un elegante restaurante. Había apetito, y hasta sobraron ánimos para tomar una copa en la planta 14 de un hotel cercano. Cierto es que acceder allí tenía un tono clandestino.

-"¿Any bar here, please?"
-"PH. Floor 14th"

Arriba otra vez. ¿Había mejor forma de rematar el día en que nos unimos a las aves, y surcamos los cielos de Nueva York?

Ángel

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