
La película engloba ingredientes propios del género. El eje, como no podía ser de otra forma, es la investigación de unos crímenes supuestamente ligados entre sí. La forma de abordarlos divide la trama en dos relaciones interpersonales: la que tiene Elijah Wood con John Hurt (su mentor), y la que le relaciona con Leonor Watling (la chica/objeto deseo). Si me preguntan por el papel del joven actor, les hablaría de decepción. Algo ocurre, pero ni rastro de los registros que le llevaron a ser aclamado en anteriores papeles. Nuevo misterio. Ni convence su duelo con Hurt, ni hay química en su improbable relación con la bellísima actriz española. No hablaré de desaprovechamiento. Es probable que Elijah Wood naciera para interpretar otros personajes, más cercanos a la periferia (¿No le recordarán por Frodo, o el magnífico villano de Sin City?) que al núcleo cool donde toda estrella quiere estar.
La fidelidad al libro hace que el guión tenga que pagar el peaje de la densidad. La investigación trasciende a un duelo en el que todos son detectives y sospechosos, y pone sobre la mesa un juego casi infinito de simbolismos, claves ocultas y coeficientes metales. No obstante, la película ofrece escasa profundidad en unos personajes que, por desgracia, carecen de matices dignos de mención. Todos pretenden ser ambiguos, pero la friadad del conjunto resta riqueza al efecto perseguido. Finalmente, queda un producto que se deja ver, que entretiene moderadamente pero que, como ya hemos comentado, tira por tierra cualquier expectativa previa.
No puedo decirles mucho más. La investigación cerró con escaso éxito. Busqué a Álex de la Iglesia, y no le encontré. Busqué a Elijah Wood, y tampoco le encontré. Recemos porque ambos vuelvan a sus orígenes, o se reinventen de un modo distinto. No han convencido en su cambio de registro. Quiero acabar bien. Encontré algo: La infalible sensualidad de una Leonor Watling que, pese a estar alejada de su mejor versión, siempre deja ese aroma a caro y exquisito perfume.
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