jueves, 3 de enero de 2008

Mafia Negra

Mafia. Nueva York. Drogas. Corrupción Policial. Dólares. Gangsters. Rivalidad. ¿Conocen el terreno? Seguro que sí. Tal vez les sorprenda saber que tras la cámara no está Martin Scorsese, habitual cronista de la mafia neoyorkina, sino el malogrado Ridley Scott. No se asusten. Scott no ha muerto. Sólo se cargó al genio que llevaba dentro.

El director norteamericano elige para la ocasión el conflictivo ascenso de Frank Lucas, personaje sagrado en el Harlem de los 70, y la posterior investigación, liderada por el detective Richie Roberts, que acabó con el mafioso entre rejas. Denzel Washington se encarga de dar vida a Lucas, en un trabajo construído sobre las bases de su habitual solidez, mientras recibe la réplica de un recuperado Russell Crowe. A pesar de no cruzarse apenas en pantalla, no hay duda que el duelo subterráneo que mantienen los dos personajes es uno de los grandes reclamos del film. La seguridad del delincuente contra el desorden del policía. Una historia de (presuntos) buenos y malos, en la que el ejército de David incluye traidores, y hay cierto encanto en el propio Goliat.

Una de las novedades atribuibles a la película es el enfoque. Es interesante pensar que no hay películas de mafia sobre negros. Siempre hay olor a Italia, al Este o al Sur, pero jamás a la droga vendida en Harlem. Un negro (en aquel momento, ser negro en América era ante todo eso; ser negro) que puso en jaque el orden público de la ciudad de Nueva York es el motivo por el que Ridley Scott hizo esta película. Su recorrido por los años 70 es apetecible. Su entrada en las catacumbas, valiente. Entre mafiosos y yonkis, hay tiempo para mirar a una policía corrupta y subversiva, manteniendo caliente el caldero de la droga para llenar el bolsillo.

American Gangster es uno de esos extraños casos de modélica perfección, que afronta la carrera hacia los Oscar con una solidez inmaculada, pero que deja al espectador con cierta frialdad. Nadie va a negar que es una buena película. Lo tiene todo para ello. No obstante, es como una herida que duele, cura y no deja cicatriz. Es, si me lo permiten, similar a lo que fueron en su día Camino a la Perdición, Chicago o Gangs of New York. Películas en la que se respira grandeza, precisión, autoridad y mano maestra de un artesano, pero donde no hay rastro del alma que debe perforar una pantalla de cine para generar sentimientos en el espectador.

American Gangster es, además, la confirmación de la autocondescencia en la que vive instalado Ridley Scott desde hace muchos años. Poco queda del genio que dirigió Blade Runner y Alien. Sólo retazos, vistos en la intimista épica de Thelma y Louise, o en la macabra sutileza de Hannibal. Poco para una carrera que, en sus inicios, prometía ser gloriosa. Se fue el maestro, y ya saben. Queda un buen director. Si ello les parece suficiente, sigan atentos a su carrera. Tal vez les siga interesando un poco más que a mí.

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