domingo, 13 de enero de 2008

La Redención del Creador

Expiación, más allá de la pasión, inicia su extenso metraje mostrando la virginal mirada de Briony, personaje interpretado por la joven Saoirse Ronan. Quien desconozca, como servidor, la novela original de Ian McEwan, corre el riesgo de malinterpretar la película desde el principio, y confundir la aparente mirada de una niña celosa con lo que realmente es: La poderosa mirada del creador. Expiación no es una película sobre un amor inmortal. Ni siquiera una película sobre la culpa. O tal vez sí, aunque lo dejaré a su juicio. Hay que llegar al inesperado giro final para entender la gran reflexión de la obra de McEwan: ¿Puede el arte convertirse en vehículo expiatorio de una culpa imposible de curar? Vamos más allá. ¿Puede el artista ser Dios e invertir las reglas de la realidad?

Joe Wright, director de la notable Orgullo y Prejuicio, vuelve a Inglaterra en una nueva adaptación novelística. Presentada de forma clásica y preciosista, Expiación divide su narrativa en dos fases claramente marcadas, en las que el tiempo juega a saltar y retroceder para eliminar su importancia y servir únicamente a la obra que lo sostiene. El tiempo juega a ser verdugo, pero, incapaz de eliminar el rastro de la pasión y la culpa, únicamente es capaz de llegar hasta la muerte. El tiempo sólo sirve para ser usado por el creador; para volver atrás; para mostrar que la realidad es sólo la plasmación interesada y desenfocada de una mirada, y que la verdad es algo que sólo encuentra sitio en el insondable mundo de los sentimientos.

Sobresaliente es el calificativo que merece la primera parte de la obra. En ella, lo que parece destinado a ser un tranquilo fin de semana en una casa de verano, acaba convirtiéndose en una excusa para retratar una costumbrista y malévola batalla entre el deseo y la nobleza. Malévola, pero también intensa, hermosa y apasionada. Ante tal perspectiva, el espectador debe elegir entre apartar la mirada y no mancharse, o mirar con todas las consecuencias. Con la soberbia banda sonora (capaz de convertir el teclear de una máquina de escribir en un deslumbrante instrumento de percusión) de Darío Marinelli de fondo, asistiremos impávidos a la siembra de diversas pasiones que cobran aquí cuerpo de manzana prohibida, y constituyen el inicio de una tragedia tan imposible de aplacar como las fuerzas que la originan.

Lastrado por alguna voz en off que se me antoja excesiva, y por cierto desaprovechamiento de un escenario tan poderoso como la Segunda Guerra Mundial, el segundo tramo del filme pierde algo de fuelle respecto al inicio, aunque es legítimo reconocer el poder de su lectura póstuma, así como la belleza de una de las más deslumbrantes imágenes de la película. Hablo del descarnado travelling que acompaña la llegada de Robbie, personaje interpretado por un inspirado James McAvoy, a una playa infestada de soldados y locura, todos ávidos de abandonar una guerra eterna y regresar al calor de su hogar en Inglaterra.

Es Expiación, más allá de la pasión una notable película, en la que sentimientos como la culpa y la pasión fluyen con desgarro e intensidad; donde talentos tan atractivos como el de James McAvoy, Keira Knightley, Saoirse Ronan, o el del propio director Joe Wright, dejan un gran sabor de boca, y donde, ante todo, se habla del poder de quien es capaz de manejar los hilos de sus creaciones. Si el teclear de una máquina de escribir sirve para reinventar la realidad, y expiar una culpa, ser creador tendrá sentido eternamente.

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