lunes, 21 de abril de 2008

Coixet y yo


Uno de los mayores desafíos al que puede enfrentarse un autor es adaptar la creación de un semejante. Cuando un director de cine elige una obra literaria como base, se enfrenta a un doble reto: debe respetar la esencia del original sin dejar pasar la oportunidad de rociarla con su propio estilo. Algo así debió pensar Isabel Coixet cuando cayó en sus manos la posibilidad de adaptar "El Animal Moribundo", de Philip Roth.

¿Quieren que les sea sincero? Desconfío de Coixet. Aun reconociendo su valía como directora, hay algo en ella, en sus obsesiones, que ponen cada una de sus películas caminando sobre un estrecho alambre. Unos vieron poesía en "La Vida Secreta de las Palabras", pero yo acabé abrumado ante tanta melancolía. Ello me hizo titubear antes de elegir Elegy. Entré pronto en la sala. Casi media hora antes. Esperé viendo como se llenaba la sala. Sí, se llenó. Isabel Coixet ya es Isabel Coixet, y no sólo una directora.

Desde que empezó el film, me sorprendí buscando a Coixet. Al finalizar la película, me di cuenta que había fracasado. La encontré en algún pasaje. Pequeños pecados. Demasiado pequeños. Algún desliz para enfatizar lo evidente, pero nada importante. Lo meritorio es que Coixet está sin estar. Aparece sin aparecer. Parece fácil, pero no lo es. Hablemos de bondades. En Elegy, la directora catalana lleva a cabo un meritorio ejercicio de mesura, contención y elegancia, atrae la historia hasta su propio terreno, y transforma una historia carnal y algo cínica en un delicadoo retrato sobre la paradoja del amor sin edad.
Les confesaré algo. Buscando a Coixet, encontré a Penélope Cruz. Hablando de desconfianzas. Recuerdo a la Penélope que llegó a Hollywood. No entendía nada. Yo no veía la grandeza. Tuvo que llegar Volver para dejarme boquiabierto. Pe ha madurado. Es más austera y encantadora que nunca. Se crece en el primer plano. Le basta decir "I'm happy" para enamorar a un gran Ben Kingsley. No hacía falta, pues llevaba un buen rato postrado a sus pies. Pero qué forma de decir dos palabras. Y no sólo cae Kingsley. Cae el cámara, cae el de al lado; caigo yo mismo.

Es difícil describir Elegy sin narrar paradojas. Hay muchas. El profesor cínico enamorado. El cazador cazado. La juventud madura y la vejez inmadura. El inglés en América. Coixet y Roth. Coixet y yo. Al final, aparece la muerte. Como en toda obra de la directora catalana. Tiemblo, pero acabo respirando. No se le va de las manos. Fin. Enhorabuena, Isabel.

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